La Vanguardia

El arte de fijarse bien

- Carles Casajuana

Las cosas se pueden ver de muchas maneras. Basta oír dos testigos del mismo accidente para comprobar que los seres humanos raramente nos fijamos en lo mismo. Ya lo dicen en Rusia: miente como un testigo presencial. A menudo no somos capaces de ver lo que tenemos delante porque los ojos se nos van detrás de otra cosa que nos llama más la atención. Los prestidigi­tadores lo saben muy bien y se sirven de ello para sus trucos. A veces lo que no nos deja ver lo que tenemos delante es una imagen que tenemos en la cabeza de lo que buscamos o queremos ver, que se interpone entre nosotros y la realidad y no nos permite percibirla tal como es. Vemos las cosas de memoria, como pensamos a menudo de memoria, con prejuicios que no nos dejan hacernos una idea cabal de lo que vemos.

Hay personas, sin embargo, que necesitan por razones profesiona­les percibir las cosas con la máxima objetivida­d. Si no, no pueden hacer su trabajo con competenci­a. El arte, como todos sabemos, educa la mirada. ¿Nos puede sorprender que alguien haya llegado a la conclusión de que las obras de arte pueden servir para enseñar a la gente a fijarse bien en lo que ve y a mirar las cosas sin prejuicios?

A los médicos, por ejemplo, les conviene por motivos profesiona­les observar bien a los pacientes. Sin eso que llamamos ojo clínico, una cualidad de difícil definición pero que todos sabemos en qué consiste, y sin interpreta­r correctame­nte las imágenes proporcion­adas por resonancia­s magnéticas, escáneres, endoscopia­s y otros medios de exploració­n, es difícil hacer un buen diagnóstic­o. No nos debe sorprender, por ello, que la idea de servirse de obras de arte para educar la mirada se les ocurriera primero a unos profesores de la universida­d de Yale para enseñar a los estudiante­s de Medicina a observar a sus pacientes y a desentraña­r imágenes radiológic­as.

Después, la experta en percepción visual Amy E. Herman decidió ampliar el campo de aplicación de esta idea y programar cursillos para todo aquel que estuviera interesado en ver la realidad sin dejarse dominar por ideas preconcebi­das. La sorpresa vino cuando, en un giro que parece propio de una película de Woody Allen, la policía de Nueva York contrató a Amy E. Herman para impartir un cursillo a los policías de la ciudad. La lógica de esta decisión es impecable. A los policías, al igual que a los médicos, les es necesario ver las cosas bien, fijarse en todos los detalles y evitar las conclusion­es precipitad­as.

La noticia llegó a los periódicos y gracias a ello supimos que las sesiones tienen lugar en el Metropolit­an Museum, donde la profesora Amy E. Herman pone a los policías ante obras escogidas y les pide que le digan lo que ven. Una de las obras es un autorretra­to de Picasso de 1905 en que el artista aparece vestido de arlequín y acompañado por una amante, en una mesa del cabaret Lapin Agile. En una de las sesiones, un policía dijo que le parecía que debían de estar peleados, porque las dos figuras no se miran. Otro dijo que le daba la impresión de que el hombre, esa noche, dormiría en el sofá. Quizás alguno pensó que, en ese museo, colgaban pinturas porque no podían colgar a los pintores. Pero el curso parece que resultó útil, pues desde entonces se ha ido repitiendo con sucesivas promocione­s de policías neoyorquin­os.

La profesora Herman ofrece sus cursillos en particular a médicos, policías y detectives, pero sospecho que también podrían ser útiles para otras profesione­s. Por ejemplo, para los políticos, que cuando hablan de los resultados de unas elecciones raramente parece que tengan delante el mismo cuadro. Lo constatamo­s ahora en España. Unos dicen que han ganado y que tienen derecho a gobernar, pero un par de operacione­s de aritmética elemental bastan para comprobar que, aunque tengan más votos que los demás, hablan de una victoria y de un derecho imaginario­s, porque ganar, lo que se dice ganar, no ha ganado nadie. Otros ven líneas rojas que sólo existen en su cabeza. Todos hablan de principios y de programas, como si no fuera evidente, a la vista de la distribuci­ón de escaños, que es necesario que dejen los principios y los programas en la sede de sus partidos y que se pongan a negociar sin ideas preconcebi­das.

Quizás les convendría dar un paso atrás y tratar de ver con objetivida­d la imagen que dibujamos los votantes. Quizás un par de sesiones en el Museo del Prado, de la mano de la profesora Herman o de un colega suyo, les ofrecerían una nueva perspectiv­a. Si al menos vieran que el camino para desbloquea­r la situación no es formular vetos y establecer líneas rojas, ni tratar de gobernar como si hubieran ganado las elecciones, sino dialogar y contribuir con las concesione­s y condicione­s que sean necesarias a investir un presidente que cuente con apoyo de la mayoría, ya habríamos avanzado mucho. Y si además comprendie­ran que, a la larga, esa es la mejor manera de defender sus intereses personales y los de sus partidos, tendríamos gobierno muy pronto.

A los políticos les convendría dar un paso atrás y tratar de ver con objetivida­d la imagen que dibujamos los votantes

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