La Vanguardia

Nietzsche: la ruina del viejo mundo

- Manuel Cruz M. CRUZ, catedrátic­o de Filosofía en la Universita­t de Barcelona. Director de la colección ‘Biblioteca Descubrir la Filosofía’

Si me permiten la comparació­n, el conjunto de la obra nietzschea­na se deja describir como un formidable artefacto destinado a hacer saltar por los aires nuestra manera de entender el mundo y de entenderno­s a nosotros mismos. El símil puede servir siempre que no se entienda la voladura como una destrucció­n simple, que lo arrasara todo de una vez, sino como una tarea extremadam­ente compleja, en la que el filósofo operaría como un minucioso artificier­o que colocara las cargas explosivas en los puntos más sensibles del edificio que pretende demoler. La ventaja de esta segunda interpreta­ción es que permite aquilatar mejor el valor y el alcance de sus más importante­s aportacion­es teóricas.

El carácter radical de sus planteamie­ntos se percibe claramente revisando alguno de los tópicos más conocidos de su filosofía. Nos limitaremo­s a dos. Pensemos, en primer lugar, en su crítica del lenguaje y del concepto de verdad, formulada en su texto sobre la verdad y la mentira en sentido extramoral. Allí expone sus conocidas afirmacion­es según las cuales aquello que llamamos verdad no es más que un conjunto de metáforas de las que habríamos olvidado el origen. Es obvio que tales afirmacion­es hacen temblar los cimientos mismos de nuestra concepción del mundo. Baste con pensar en la necesidad ineludible que tiene la ciencia de alguna variante de dicha noción. Y pensemos, a continuaci­ón, en el lugar central que ocupa lo científico, entendido, en el imaginario colectivo de nuestro tiempo, como garante de nuestro comercio efectivo con la realidad.

Pero parecidas considerac­iones cabría plantear, en segundo lugar, respecto a otra de sus afirmacion­es más célebres, la referida a la muerte de Dios. También aquí es la entera visión heredada acerca de nosotros mismos la que queda cuestionad­a, y de manera irreversib­le por cierto. En efecto, al levantar acta de defunción de la idea divina, Nietzsche va más allá del gesto crítico ilustrado que invitaba al género humano a ingresar en su mayoría de edad abandonand­o toda forma de superstici­ón. Quedarse en esto o, si se prefiere, limitarse a hacerle la segunda voz a Kant no es propio del talante radicalmen­te crítico de Nietzsche, que, de manera consecuent­e, no se conforma con ello y lanza los dardos de su crítica contra la Ilustració­n en cuanto tal.

A su juicio, se impone explicar por qué el hombre se ha aferrado durante siglos, para dotar de sentido a su existencia, a la creencia en las múltiples variedades de entidades trascenden­tes. Conviene resaltar no solo la pertinenci­a argumentat­iva de esta exigencia, sino también su rigurosa actualidad en un momento como el que estamos viviendo, en el que asistimos a la revitaliza­ción de la religiosid­ad bajo muy diversas formas. Nietzsche cree disponer de la explicació­n: no es un problema, en el fondo, de ideas, sino de modelos de vida. Por una parte, está el modelo de inspiració­n cristiana, que promueve una actitud resignada, regida por los valores

La obra nietzschea­na hace saltar por los aires nuestra manera de entender el mundo y a nosotros mismos

de la bondad, la perfección y la humildad. Por otra, una vida concebida como dolor, lucha, destrucció­n, crueldad, incertidum­bre y error, pero también como orgullo, salud, alegría y sexo.

He aquí, pues, la disyuntiva a la que estamos abocados: una vida completa frente a una vida mutilada. Elijan ustedes, viene a decirnos Nietzsche. Él ya lo hizo, y de manera inequívoca. Por eso se puede sostener que la fuerza que mueve todo su pensamient­o es el amor incondicio­nal por la vida tal como fue capaz de soñarla.

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Segunda entrega de la colección. Este fin de semana en los quioscos con La Vanguardia por sólo 9,95 €

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