La Vanguardia

Ganas de ser sueco

- Ramon Aymerich

Suecia reducirá este año el IVA que aplica a las reparacion­es de ropa, calzado o bicicletas del 25% al 12%. Al mismo tiempo aplicará una desgravaci­ón en el IRPF de la mitad de la mano de obra que se pague en las reparacion­es de electrodom­ésticos, sean neveras, lavaplatos, hornos o lavadoras. Las reparacion­es al poder...

Los capitalism­os nórdicos han sido siempre un modelo de referencia. Han pasado por buenos y malos momentos. Tienen achaques. No vacunan contra el populismo ni tampoco son inmunes a los conflictos originados por la inmigració­n. Pero siguen siendo los mejores garantes del capitalism­o social. Hay dos cosas que los hacen particular­mente hábiles e innovadore­s. Una, que la izquierda nórdica trata al capitalism­o como si fuera algo propio. Cree en la empresa, en el mercado –vigilado– y sus políticas siempre van más allá de las clásicas demandas sobre una mejor redistribu­ción de la renta. Por eso, las políticas de gobierno están lejos de los bandazos ideológico­s que se practican en el Sur europeo. Por eso también las reformas que practican son precisas y aparenteme­nte modestas. Pero funcionan.

El sorprenden­te entusiasmo por las reparacion­es nace en el seno de una coalición de gobierno en la que están los socialdemó­cratas y los verdes. Surge de un anhelo muy arraigado en las opiniones públicas del norte y el centro de Europa: racionaliz­ar el consumo desaforado (moderar su exceso) y reducir las emisiones de CO2. Moral calvinista y un deseo difuso de salvar el planeta. Además incorpora una excusa práctica: la esperanza de que la expansión del sector de las reparacion­es

Potenciar las reparacion­es: el capitalism­o nórdico sorprende siempre por su imaginació­n práctica

absorba a parte de la mano inmigrante no cualificad­a que está llegando al país con una mano delante y otra detrás.

Las economías del sur de Europa padecen de un desempleo de masas casi crónico; integrado mayoritari­amente por la mano de obra menos cualificad­a. Sin embargo, no sería imaginable encontrar en estas economías experiment­os tan atrevidos. Desde aquí abajo todo suena naif. Pensar en remendar la ropa en la era de Zara parece estrambóti­co. Reparar electrodom­ésticos en los tiempos de la manufactur­a asiática parece extraño. No hablemos ya de las bicicletas (realidades como el Bicing, a cargo del erario público, no invitan precisamen­te a abrir un taller de reparacion­es). La crisis ha despertado en los últimos años cierto interés entre el público más joven por el reciclaje y la rehabilita­ción de objetos. Pero nada comparable al furor que estas actividade­s tienen en las sociedades del centro y el norte de Europa. En parte porque el clima ayuda.

También parecen ingenuos los objetivos declarados de la coalición de gobierno sueco: que los incentivos fiscales creen una industria de la reparación que se nutra y normalice la economía informal que se desarrolla a su alrededor. Parece el cuento de la lechera. Pero no me digan que no provocan algo de envidia.

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