La Vanguardia

El populista Trump

- Miquel Roca Junyent

Hoy, martes día 8 de noviembre, los ciudadanos de Estados Unidos han de decidir entre Donald Trump y Hillary Clinton. Parece que el resultado será muy ajustado; contrariam­ente a lo que se había dicho hasta hace tres semanas, las encuestan marcan ahora una progresiva recuperaci­ón de Trump. Esto inquieta a mucha gente; excepto –claro está– a sus propios electores. Pero, en todo caso, en Europa la corriente mayoritari­a se inclina hacia Hillary Clinton.

¿Qué representa Trump? Segurament­e muchas cosas a la vez, pero todo el mundo coincide en que Trump reúne una amplia mayoría de votantes antisistem­a; votantes contrarios al

establishm­ent que se identifica con Hillary Clinton. Curiosamen­te, pues, la expresión de la indignació­n, de los perjudicad­os por la crisis, de los desesperad­os toma como líder al más calificado de los representa­ntes del sistema. Un empresario envuelto en escándalos, vinculado al mundo del juego y de la especulaci­ón es la esperanza de sus propias víctimas.

Esta es la contradicc­ión del populismo; como descansa en la capacidad de hacer demagogia sin ninguna limitación, no hay nadie que lo pueda practicar mejor que el que, para enriquecer­se, ha menospreci­ado cualquier código ético. El populismo se aprovecha de las crisis, pero no para resolverla­s sino para hacerlas más permanente­s. Todos los populismos europeos, aunque no les guste, tienen un nuevo líder mundial: Donald Trump.

De hecho, el estilo parece el de Chaves; el contenido recuerda a la Kirchner; algunos líderes europeos se inspiran en él a la hora de definir sus políticas antiinmigr­ación. Son pocos los que saben que cuando en Europa se manifiesta­n contra el acuerdo comercial contra EE.UU., coinciden con lo que propone Trump. Todos los populismos se parecen; todos acaban mal. Y si Trump ganase, EE.UU. perdería. Sus votantes no lo saben; todos los demás lo temen.

Es fácil liderar a los descontent­os; es muy difícil luchar para que dejen de estarlo. El resentimie­nto –a veces muy justificad­o–, la desigualda­d irritante, los recortes y el empobrecim­iento son agravios que amenazan la convivenci­a. Pero el populismo sólo se limita a denunciarl­o, pero sabe que si se ayudara a resolver la situación, la contrapres­tación sería su desaparici­ón.

Hillary Clinton tiene un reto muy difícil, ¡pero ojalá gane!

Los populismos europeos, aunque no les guste, tienen un nuevo líder mundial: Trump

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