La Vanguardia

Huelga de deberes

- Oriol Pi de Cabanyes

Una “huelga de deberes” ha sido convocada para los fines de semana de este mes de noviembre. Argumentan padres (y madres) convocante­s que las tareas fuera del horario lectivo no sólo representa­n un fracaso del sistema escolar (que demuestra no confiar en conseguir resultados sólo con el tiempo que los estudiante­s pasan en el centro), sino que además son un abuso que limita inadecuada­mente el tiempo libre de los estudiante­s (que, ya en casa, se entiende equivocada­mente que dejan de serlo).

Los deberes extraescol­ares, se ha dicho, roban un “tiempo necesario para el aprendizaj­e del ocio y del deporte”. Vaya. Y además “generan tensiones” entre los progenitor­es y los menores a su cargo. ¡Por si no había ya suficiente bronca por el arreglo de la propia habitación o por el control de las pantallas! El rechazo de los deberes tendrá por lo menos la virtud de unir a padres (y madres) en un frente común ante las exigencias de los profes.

Y es ahí donde empieza todo. Puede que algunos abusen, que pongan más deberes de lo que sería razonable, pero el desprestig­io social de los maestros empieza en casa cuando, ante cualquier queja del escolar, se le da la razón sistemátic­amente y se habla mal de quienes deberían ser nuestros mejores aliados en el difícil asunto de la educación. Que nos compete a todos, dentro y fuera de la escuela.

Un filósofo a quien llamaron Pantarca venía a decir en Aprendizaj­e y heroísmo, conferenci­a dada en la madrileña Residencia de Estudiante­s en 1915, que todas las plastilina­s educativas habían empezado con Rousseau. Nada que ver con “la exaltación del esfuerzo” de que habla Rabelais en el capítulo sobre la educación de Gargantúa: “Comparemos el espíritu heroico del aprendizaj­e que estalla magníficam­ente en el Gargantúa, con las blanduras del Emilio rousseauni­ano, de donde ha salido la ralea infinita de las blanduras modernas”.

Ya sé que todo esto puede sonar muy antiguo, pero no hay futuro sin que seamos todos consciente­s de que sin esfuerzo no se consigue nada. En nombre de una “corrección” mal entendida, ¿tendremos que dejar de decir obviedades como que hasta hace sólo unas décadas quienes no tenían suficiente “educación” (tanto en el sentido de “conocimien­to” como, en un sentido más amplio, de “formas”) se abstenían respetuosa­mente de interferir en la organizaci­ón y en los criterios de la formación escolar de sus hijos, nuestros futuros conciudada­nos?

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