El Molestoso
ENRIQUE ROMERO CANO (1958-2016) Gestor de la cultura latina en Barcelona
Enrique Romero Cano cometió la descortesía de morirse. Fue su último acto de rebeldía en una vida marcada por una irrefrenable tendencia a agitar el fuego de la vida cotidiana. En sus círculos de amigos, en sus espacios de trabajo y en la noche barcelonesa se le conocía como el Molestoso, en alusión a una descarga de salsa que su ídolo, Eddie Palmieri, grabara en 1963. “Esta envidia que me tienes quisiera acabar, porque tú para tumbarme tienes que luchar”.
Es difícil saber qué título darle: ¿periodista, escritor, productor, gestor de eventos, locutor? Porque fue todo eso y más. Supongo que a él le habría gustado poner en sus tarjetas de visita, subvertor; pero como la palabra no existe, se pondría simplemente molestoso.
Enrique comenzó su andadura pública en la izquierda colombiana de los años setenta en su natal Bogotá. Parte de esa juventud izquierdista acabaría luchando en el monte. Pero Enrique no estaba hecho para empuñar más armas que la palabra y deambuló entre mítines y encuentros académicos, hasta que se vio obligado a irse.
Su primera parada, Amsterdam, muy breve. Su siguiente parada, Barcelona, y cuando la vio, y cuando Barcelona lo vio, fue amor a primera vista. Comenzaban los ochenta y a la vida de la ciudad le faltaba sabor, pero eso para Enrique, lejos de ser un problema, fue una oportunidad.
En su lejana Bogotá había aprendido cómo llegó la salsa a ser la música del Caribe urbano en los barrios latinos de Nueva York, y cómo se convirtió en una fuerza sonora y social que recogió los sentimientos y ritmos de los emigrantes caribeños. Enrique imaginó a una Barcelona salsera y se puso a ello.
Conoció en esa aventura a una buena cantidad de personajes, algunos de los cuales lo acompañarían en la salud y en la enfermedad. Jordi Rueda y Abili Roma, para no ir más allá. Y también un fotógrafo, Luis Ortiz, quien cuenta que una noche en el bar Tabú, un oscuro sitio de la calle Escudellers y que hacía honor a su nombre, vio a un tipo de aspecto latino revisando los bolsillos de su chaqueta. Acabaron a las manos, por supuesto, hasta que se dieron cuenta de que llevaban un traje igual. Se hicieron amigos y trabajaron juntos. Un día, durante una entrevista a Rubén Blades, el autor de Pedro Navaja les preguntó cómo se habían conocido y Enrique le respondió: “En un asalto… Él casi me mata”. Su primera gran realización fue
El Manisero, una revista que se convirtió en referente de la música latina allende las fronteras. ¿La razón? Se alejaba de los lugares comunes y aunque su contenido era similar al de otras publicaciones americanas como Latin New
York o Latin Beat, su estilo estaba más cerca de la literaria El Viejo
Topo: investigación, profundidad, un plus de diferencia y de independencia a pesar de uno que otro compromiso con sus patrocinadores.
Habían llegado los años noventa y mientras Barcelona recibía todo el impacto urbanístico y social posterior a las Olimpiadas, Enrique se sumergía en el fenómeno del CD. Así acabó como director de la colección Música del
Sol, de Better Music, en la que fue haciendo selecciones de sus artistas favoritos: Joe Cuba, René Grand, Machito o Ray Barretto. Quería que todos los neófitos conocieran las maravillas de una música capaz de sublimar las emociones más ardientes.
A esa misión también ayudó el convertirse en programador musical de la sala Antilla. Por su ojo de águila pasaron todos los músicos cubanos, venezolanos, dominicanos y colombianos que estaban dispuestos a tocar salsa. Los organizó, les dio consejos, los regañó, los invitó a cenar, les hizo regalos y se peleó con unos cuantos y no les volvió a dirigir la palabra. Salsa, sabiduría, radicalidad y cultura hasta la sepultura.
Fue por aquel tiempo que Alejandra Fierro, una de las mujeres trascendentales en su vida, lo llamó para que hiciera parte de la plantilla de locutores de la emisora de radio que ella había creado: Radio Gladys Palmera, la primera radio de música latina de la península. Esa radio era un proyecto único y especial, con una franja horaria cubierta sólo por programas especializados, y cada programa realizado por un experto en la materia. Cada tarde en los 96.6 de la FM barcelonesa retumbaba la sabrosura de la salsa, el latin jazz, el samba, el tango, el merengue o el bolero.
El programa de Enrique se llamó Picadillo que, curiosamente, no fue sólo de salsa, sino de rock, chanson, soul y jazz, pues lo hacía todos los viernes en la noche, a cuatro manos, junto a Alex García Amat.
En el año 2000 apareció su obra más querida y difundida, Salsa: El
Orgullo del Barrio, toda una declaración de principios sobre su forma de entender la música que tanto amaba.
Francisco Casavella lo vio como un personaje y lo mimetizó en sus creaciones literarias. Su obra cumbre, El Día del Watusi, fue bebida, fumada y bailada junto a Enrique en Antilla. Ambos eran dignos exponentes de la cultura más canalla, ambos eran poetas irreverentes de la noche, ambos se sentían barceloneses cosmopolitas a pie de calle porque habían llegado de otras tierras, uno de Granada y el otro de Bogotá. La muerte en 2008 de quien ganase el Premio Nadal le dio muy duro a Enrique, y en su homenaje se citó a sí mismo como Nicolás Guillén hablando de Benny Moré: “Los dioses mueren jóvenes”.
Enrique había dejado Radio Gladys Palmera, pero volvió a ella ante un nuevo llamado de Alejandra. Su impulso sirvió para que la marca llegara a otros lugares, cuando ya la radio abandonaba definitivamente la FM y se metía de lleno en el universo on line. Enrique fue el más orgulloso de todo el equipo cuando Radio Gladys Palmera recibió en el 2015 el Premio Ondas a la Mejor Plataforma Radiofónica en internet. “Es que esto sí es un premio, coño”, decía a viva voz.
Enrique Romero Cano falleció en el hospital del Mar de Barcelona el domingo 6 de noviembre. Tenía 58 años. Lo sobreviven familiares y amigos, y el amor de su vida, Isabel Llano, periodista y melómana como él. También lo sobrevive la Barcelona latina, su mayor legado. La salsa en esta ciudad lleva su nombre y aunque a muchos se les atribuye su impacto (El Gran Combo, Rubén Blades, la Fania All Stars), es al tesón de Enrique al que debe su permanencia.