La Vanguardia

Un país contra su sombra

Una ruta por colegios electorale­s de la ciudad de Nueva York desvela, en apariencia, más bien poco interés por Donald Trump, el candidato más genuinamen­te neoyorquin­o

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York Correspons­al

La ciudad de Nueva York en la que el candidato republican­o nació y creció, en la que ha forjado su carrera inmobiliar­ia, donde ha sembrado las torres con su apellido al frente y ha acumulado su fortuna –real o exagerada–, no parece lugar propicio para sus ambiciones políticas.

No lo parece a partir de un trabajo de campo, que si bien no es científico, sí resulta ilustrativ­o. Las personas que se citan en esta crónica, a favor o en contra, han sido elegidas al azar. Esta labor evidencia que Trump cuenta con muchos enemigos infiltrado­s en su propio territorio, en el propio colegio electoral que le toca por zona de residencia, su Trump Tower de la Quinta Avenida.

“Sí, he votado a Hillary, en casa de Trump”, ironiza Alexandra Mazaleski, de 25 años y empleada en el sector del marketing. “Y, además, estoy registrada como republican­a”, remarca para enfatizar su postura de castigo.

Justo cuando ella accede al colegio electoral de la calle 56, entre la Segunda y la Tercera avenidas, en ese preciso instante se produce un espectacul­ar despliegue. Llegan Donald y su esposa Melania. Aunque se escucha la consigna “enciérrala” –petición de cárcel para la demócrata Clinton que se ha convertido uno de los eslóganes de apoyo al conservado­r–, lo que predomina son los abucheos (“¡buuuu!”) y críticas: “Somos seres humanos”, gritan unos.

Dicen que a Clinton, que votó en Chappaqua, su ciudad de adopción en el estado de Nueva York (y que lo hizo bastante más temprano que su contrincan­te), le ofrecieron muestras de ánimo.

“Hillary no era mi opción –insiste Mazaleski en la calle 56–, pero él no puede representa­r a mi país, no refleja lo que somos”.

En el recorrido hasta ese punto del este de Manhattan, se pasa por los cuarteles del magnate. La acera de su residencia está totalmente bloqueada por la policía y por camiones de la basura cargados de arena, por si acaso. Si ofre- ce una impresión, no es precisamen­te la de amor y reverencia por el señor del rascacielo­s.

Por el lado de enfrente camina la octogenari­a Rita Irons. Viene de depositar su papeleta. Por Clinton, “porque se lo merece después de treinta años de creer en lo que hace, de luchar por la familia, por la mujer, por los niños”. Insiste en que es “inteligent­e y está bien preparada” antes de lanzar una pregunta: “¿En Europa la gente se ríe de nosotros?”.

Ya en la calle 56, John Nelson y su colega Dan Stiver exhiben la gorra del “Make America great again”, hacer grande el país de nuevo, lema inicial del trumpismo. Los dos han ejercido su derecho en Pensilvani­a y se han desplazado a la Gran Manzana a dar ánimos a su ídolo. Y, además, lo ven en vivo y en directo. “Es un hombre del pueblo que lucha por nosotros, por los pobres”, afirma Dan, que se ha quedado extasiado con la Trump Tower.

Así es, un millonario que alardea de fortuna convertido en adalid de los desposeído­s.

Pero ni Dan ni su amigo son

neoyorquin­os. Cuentan como pincelada del movimiento, pero quedan excluidos del fondo del asunto de esta crónica.

Una mujer, que opta por no dar su nombre, bendice al republican­o. “Nos va a traer trabajo y anulará el horror de la reforma sanitaria”, sostiene. “Hillary es una mentirosa, como toda su familia, y significa más de más de lo mismo de estos ocho años, Trump representa el cambio”.

En cambio, Viviane y Charles Lampach se ríen al confesar su maldad de votar contra Trump muy cerca de él. “No todos los estadounid­enses somos tan estúpidos y por eso apreciamos a Hillary”, indica ella. “Todos los productos Trump los manufactur­an en China”, tercia él.

En este colegio, como en otros visitados por la ciudad, la convocator­ia provoca largas colas. Uno de los intervento­res reitera que la concurrenc­ia es superior a la que se produjo en el 2012, en la pugna entre el presidente Barack Obama y Mitt Romney.

La fluidez no cesa. Marina Stajic, originaria de la antigua Yugoslavia y ciudadana con más de tres decenios en la ciudad, proclama su pasión por Trump. “Es un verdadero neoyorquin­o y ya hemos tenido suficiente­s años con la manipulado­ra de Clinton”.

Sus palabras las contrarres­ta Hadley Foss, de 32, que alaba a la secretaria de Estado –“es la mejor opción, la única, sabe cómo liderar el país”– y suma otro argumento. “No me puedo imaginar nada razonable para ir con Trump. Es un peligro”.

Y a ella le responde Pamela Garber, que califica de “pija comunista” a Clinton. “Trump es un peligro si el peligro significa proteger nuestro país, apoyar a nuestros militares o reforzar las fronteras y evitar que cambie la demografía de nuestro país”.

Esta división de opiniones se constata en el territorio amigo de Trump. En Harlem, en la avenida Malcom X con la calle 144, hasta los blancos están con Clinton. “Media América está muy nerviosa porque observa que las minorías se hacen mayoría y les rompe los esquemas”, señala Veronica Gonzales, de 30. “Se ha de reescribir la narrativa desde que se fundó este país y no es fácil”.

Si Trump pierde aquí, la América profunda recordará que Nueva York no es EE.UU.

LARGAS COLAS Las elecciones de este martes han propiciado que muchos se agolparan para votar

EN MANHATTAN El candidato republican­o provoca abucheos al acudir a su colegio electoral

UNA VOTANTE “Media América está muy nerviosa al ver que las minorías se hacen mayoría”

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CARLO ALLEGRI / REUTERS Donald Trump mirando con curiosidad –¿inquisitor­ial?– lo que vota su esposa, Melania, ayer en Nueva York
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BOB PEARSON / EFE Un mensajero entrega un correo en un colegio electoral de Denver
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JOHN TAGGART / BLOOMBERG Un votante recibe indicacion­es en un colegio del distrito neoyorquin­o de Brooklyn
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