Así no podemos seguir
Perdonen que les escriba desde la ansiedad de no saber todavía quién ha ganado la presidencia de Estados Unidos y perdonen también que el título de este análisis y la foto que lo ilustra les lleve a confusión. El matrimonio de los Clinton es tan sólido como un negocio viento en popa. Lo que no es nada sólida es la democracia estadounidense, la más antigua del mundo. Sea Hillary Clinton o Donald Trump quien haya ganado las elecciones, una cosa está clara, el sistema necesita una reforma integral que devuelva a la ciudadanía la sensación de que su voto, además de imprescindible, es sólo suyo.
La mejor noticia, después de una campaña a menudo soez, incluso obscena, es que muchos estados, incluso con gobernadores republicanos, consideran que la democracia está en un callejón sin salida, dominada por las elites y alejada de un pueblo que, además, le da la espalda. Ayer se esperaba una participación de sólo el 54%.
El dinero de las grandes corporaciones pueden comprar a cualquier candidato desde que hace seis años el Tribunal Supremo permitió las donaciones opacas y sin límite.
Votar, además, no es tan fácil, especialmente si vives con pocos recursos en un barrio marginado. En siete estados (eran cuatro en el 2012) sólo puedes registrarte para votar si tienes un carnet con foto. En otros 32 puedes registrarte pero tu voto sólo se contará cuando presentes la documentación requerida. Un país donde no es obligatorio tener un DNI, esto es un obstáculo. Puedes usar el carnet de conducir o el de llevar armas, pero no tiene lógica que si no tienes un coche o un fusil te sea más difícil votar.
El voto anticipado, que favorece a las minorías y la gente sin recursos, a los que les cuesta más encontrar el momento de ir a votar en día laborable, está restringido en estados clave para ganar la presidencia como Florida y Ohio, ambos gobernados por los republicanos.
El principio de un hombre un voto tampoco funciona. No sólo porque el sistema deja fuera a muchos votantes potenciales, sino porque depende de donde vivan su voto vale menos que el del vecino. Y no me refiero a la injusticia de un sistema proporcional que da más valor al voto rural sobre el urbano, sino a que en EE.UU. los distritos electorales se manipulan para favorecer a un partido. Sus límites pueden modificarse cada diez años y quien se encarga de hacerlo es una comisión que ni es independiente ni tampoco bipartita, sino al servicio de la fuerza política que domina el estado en cuestión. Como el sistema es mayoritario, la clave está en concentrar el voto propio y dispersar el de la oposición.
Sólo 11 de los 50 estados de la Unión cuentan con una comisión independiente encargada de dibujar los distritos electorales para que reflejen la diversidad demográfica y racial de una manera equilibrada. Lo normal en los otros 39 estados es que el mapa electoral favorezca al partido en el poder. Hoy en día, por ejemplo, cerca del 90% de los diputados son reelegidos y por amplias mayorías.
Los congresistas, así las cosas, no tienen ningún incentivo para pactar, al contrario, sólo necesitan mantener contenta a su base electoral, por lo que el discurso político se radicaliza. El diálogo desaparece porque está penalizado y, sin posibilidad de pacto, el Congreso queda bloqueado. Entonces, los ciudadanos protestan pero su protesta sólo sirve para encender aún más los discursos. El populismo, en consecuencia, tiene el campo abierto.
A las elecciones presidenciales pasa algo similar. Los electores que se han registrado como independientes –más numerosos que los registrados como republicanos o demócratas– se ven privados de votar en muchas primarias reservadas sólo a los fieles. Este sistema de primarias favorece, de nuevo, la radicalización del candidato, que no ha de convencer al independiente, es decir al centrista, sino satisfacer al más fanático.
Que así no podemos seguir lo sabe todo el mundo. Gobernadores republicanos como Christie (Nueva Jersey) y Pence (Indiana, candidato de Trump a la vicepresidencia) están por la reforma. Y nada mejor que Dakota del Sur, estado republicano hasta la médula, para marcar el camino. Tres propuestas debían votar ayer sus electores: que las primarias estén abiertas a todo el mundo, que el dinero pierda peso en las campañas y que los distritos electorales dejen de ser un coto privado.
Si algo nos ha enseñado la democracia americana durante 240 años es su capacidad de regenerarse. Ahora es urgente.
El peso del dinero, las primarias cerradas a las bases y los distritos electorales lastran la democracia