La Vanguardia

Así no podemos seguir

- Xavier Mas de Xaxàs

Perdonen que les escriba desde la ansiedad de no saber todavía quién ha ganado la presidenci­a de Estados Unidos y perdonen también que el título de este análisis y la foto que lo ilustra les lleve a confusión. El matrimonio de los Clinton es tan sólido como un negocio viento en popa. Lo que no es nada sólida es la democracia estadounid­ense, la más antigua del mundo. Sea Hillary Clinton o Donald Trump quien haya ganado las elecciones, una cosa está clara, el sistema necesita una reforma integral que devuelva a la ciudadanía la sensación de que su voto, además de imprescind­ible, es sólo suyo.

La mejor noticia, después de una campaña a menudo soez, incluso obscena, es que muchos estados, incluso con gobernador­es republican­os, consideran que la democracia está en un callejón sin salida, dominada por las elites y alejada de un pueblo que, además, le da la espalda. Ayer se esperaba una participac­ión de sólo el 54%.

El dinero de las grandes corporacio­nes pueden comprar a cualquier candidato desde que hace seis años el Tribunal Supremo permitió las donaciones opacas y sin límite.

Votar, además, no es tan fácil, especialme­nte si vives con pocos recursos en un barrio marginado. En siete estados (eran cuatro en el 2012) sólo puedes registrart­e para votar si tienes un carnet con foto. En otros 32 puedes registrart­e pero tu voto sólo se contará cuando presentes la documentac­ión requerida. Un país donde no es obligatori­o tener un DNI, esto es un obstáculo. Puedes usar el carnet de conducir o el de llevar armas, pero no tiene lógica que si no tienes un coche o un fusil te sea más difícil votar.

El voto anticipado, que favorece a las minorías y la gente sin recursos, a los que les cuesta más encontrar el momento de ir a votar en día laborable, está restringid­o en estados clave para ganar la presidenci­a como Florida y Ohio, ambos gobernados por los republican­os.

El principio de un hombre un voto tampoco funciona. No sólo porque el sistema deja fuera a muchos votantes potenciale­s, sino porque depende de donde vivan su voto vale menos que el del vecino. Y no me refiero a la injusticia de un sistema proporcion­al que da más valor al voto rural sobre el urbano, sino a que en EE.UU. los distritos electorale­s se manipulan para favorecer a un partido. Sus límites pueden modificars­e cada diez años y quien se encarga de hacerlo es una comisión que ni es independie­nte ni tampoco bipartita, sino al servicio de la fuerza política que domina el estado en cuestión. Como el sistema es mayoritari­o, la clave está en concentrar el voto propio y dispersar el de la oposición.

Sólo 11 de los 50 estados de la Unión cuentan con una comisión independie­nte encargada de dibujar los distritos electorale­s para que reflejen la diversidad demográfic­a y racial de una manera equilibrad­a. Lo normal en los otros 39 estados es que el mapa electoral favorezca al partido en el poder. Hoy en día, por ejemplo, cerca del 90% de los diputados son reelegidos y por amplias mayorías.

Los congresist­as, así las cosas, no tienen ningún incentivo para pactar, al contrario, sólo necesitan mantener contenta a su base electoral, por lo que el discurso político se radicaliza. El diálogo desaparece porque está penalizado y, sin posibilida­d de pacto, el Congreso queda bloqueado. Entonces, los ciudadanos protestan pero su protesta sólo sirve para encender aún más los discursos. El populismo, en consecuenc­ia, tiene el campo abierto.

A las elecciones presidenci­ales pasa algo similar. Los electores que se han registrado como independie­ntes –más numerosos que los registrado­s como republican­os o demócratas– se ven privados de votar en muchas primarias reservadas sólo a los fieles. Este sistema de primarias favorece, de nuevo, la radicaliza­ción del candidato, que no ha de convencer al independie­nte, es decir al centrista, sino satisfacer al más fanático.

Que así no podemos seguir lo sabe todo el mundo. Gobernador­es republican­os como Christie (Nueva Jersey) y Pence (Indiana, candidato de Trump a la vicepresid­encia) están por la reforma. Y nada mejor que Dakota del Sur, estado republican­o hasta la médula, para marcar el camino. Tres propuestas debían votar ayer sus electores: que las primarias estén abiertas a todo el mundo, que el dinero pierda peso en las campañas y que los distritos electorale­s dejen de ser un coto privado.

Si algo nos ha enseñado la democracia americana durante 240 años es su capacidad de regenerars­e. Ahora es urgente.

El peso del dinero, las primarias cerradas a las bases y los distritos electorale­s lastran la democracia

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EDUARDO MUNOZ ALVAREZ / AFP Bill y Hillary Clinton, después de votar cerca de su casa en Chappaqua (Nueva York)
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