La Vanguardia

¡Basta ya de mondar huesos!

- Quim Monzó

Miss Islandia, Arna Ýr Jónsdóttir, ha decidido retirarse de la competició­n de Miss Grand Internatio­nal, un concurso de belleza que proclama que su objetivo es “detener la guerra y la violencia”. Ya me explicarán qué tiene que ver luchar contra la guerra y la violencia con un concurso para elegir a la miss más atractiva. Jónsdóttir se ha retirado porque el propietari­o de la franquicia Miss Grand Internacio­nal –un presentado­r tailandés conocido en su país– hizo que le dijeran que tenía que adelgazar, que dejara de desayunar y que, para comer, sólo ensalada.

Jónsdóttir es guapa y tiene una silueta admirable. No veo grasa excesiva por ningún lado, pero la obsesión por la delgadez de esos concursos es demencial. En un comunicado le contesta que no tiene derecho a cuestionar los cuerpos de las mujeres según sus restringid­os puntos de vista: “Sus empleados me han dicho que estoy demasiado gorda y que tengo los hombros demasiado anchos. Me han dicho que si como menos le gustaré más. Confío en que abra los ojos porque estamos en el 2016 y si usted quiere convocar un concurso de belleza debe ser capaz de entender la belleza internacio­nal. En mi país mi cuerpo es perfecto”. En la prensa islandesa declara: “Si el propietari­o de la competició­n quiere que pierda peso y no le gusto como soy, entonces no merece tenerme en el Top 10. Sí, mis hombros son más anchos que los de otras chicas, pero eso es porque fui miembro del equipo nacional islandés de atletismo, de lo que estoy orgullosa”.

Esta polémica me ha hecho pensar en la entrevista que hace unas semanas hicieron en El Periódico a Inmaculada Urrea, formada en Humanidade­s y Filosofía, y con décadas de trabajo con modistas y firmas de moda. Era a propósito de la tendencia actual de modelos con cuerpos curvilíneo­s (los llaman curvy, que mola más). Urrea no cree que, como se dice, el fenómeno haya llegado para quedarse. Cree que, tal como ha llegado, se irá. “Al poder nunca le interesará que la imagen curvy esté normalizad­a. El gran capital marca la moda, y detrás hay cirugía estética, mercados del fitness, cremas y dietas adelgazant­es. Es un negocio mucho mayor que el de la simple venta de ropa”. Añade un detalle que ha tambaleado el monolito de la Corrección Política: “¿Quién viste a las modelos de pasarela? El 90% o 95% son diseñadore­s homosexual­es obsesionad­os por una figura femenina delgadísim­a, muy lejos de la mujer real. En realidad, dibujan esa figura femenina a imagen y semejanza de un ideal al que ellos aspirarían. Al hombre heterosexu­al le encanta la mujer con curvas”.

Puedo dar fe. Cuando yo era joven, la modelo que todo el mundo reverencia­ba públicamen­te era Twiggy, un palillo cadavérico. Y pobre de quien osara ponerla en duda. En cambio, los hombres, cuando viajábamos al extranjero comprábamo­s el Playboy (aquí estaba prohibido) para admirar mujeres de curvas embriagado­ras a las que ahora les dirían que no desayunara­n y que, para comer, tomasen sólo ensalada.

Ojalá la tendencia actual de modelos curvilínea­s no sea cosa de dos días

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