Túyyo empatizamos...
Cuando era pequeñito, la gente empatizaba poco en España y la que lo hacía terminaba en comisaría
En dos décadas de persona humana divorciada, ninguna mujer me ha propuesto matrimonio. Nada: ni una sugerencia, ni una orden, ni un requerimiento judicial. Quizás por esa frustración, estoy encantado de que la vicepresidenta me haya ofrecido –a mí y a todos los catalanes– “esfuerzo, empatía e imaginación”.
Soy de ese tipo de varones sin altura de miras que –puestos a confrontar ministras– se preguntan si les atrae más Soraya Sáenz de Santamaría o Dolores de Cospedal. Ya sé que las personas inteligentes no tienen estas dudas y si comparan a Yanis Varufakis y Mariano Rajoy lo último que les importa es su atractivo.
Soraya propone empatizar y esto ya es un avance (de ahí que la trate de tú, así damos un primer paso en la dirección propuesta). ¡Empatizar! La palabra empatía hará furor en las tertulias de Catalunya y progresará en el habla nocturna de Barcelona: sugiere sin comprometer, invita al acercamiento y en un momento dado puede preceder a grandes momentos. –Tú y yo empatizamos... Cuando yo era pequeñito, la gente empatizaba poco en España y quienes lo hacían terminaban en comisaría. No fue hasta 1984 cuando el diccionario de la Real Academia de la Lengua aceptó la voz empatía, siglo y medio después de comprensión. ¡Así hemos salido los hombres preconstitucionales! Otro gallo cantaría si en lugar de llamarnos “monos”, las amigas de mis tías hubiesen dicho: –¡Qué niño tan empático! Yo no sé si estamos a tiempo de caernos empáticos, espero que sí. Empatía es “la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos” y doy por hecho que los sentimientos de Sáenz de Santamaría son nobles. Otra cosa son los actos, que escapan, al decir del diccionario, del ámbito de la empatía.
El plan se tuerce cuando Soraya propone “esfuerzo”. Ahí, la seducción adquiere resonancias conyugales. La última vez que una mujer me habló de sentimientos y “esfuerzos” fue una tarde de domingo en el Dry Martini –no jugaba el Barça, deduzco–. Era una suerte de cita a ciegas y dijo algo así como que “la pareja requiere esfuerzos”. Aquello hundió la tarde: los esfuerzos para el deporte, los altos hornos y la educación de los hijos. Además, al introducir el concepto
esfuerzo parece que Soraya se disponga a hacer algo a disgusto y es lástima porque a los unionistas nos gustaría que Madrid hable con Barcelona, siga dando envidia de noche y consiga el subcampeonato liguero.
A modo de desempate entre el yin del esfuerzo y el yang de la empatía, Soraya ofrece ilusión, término gandul y optimista, del que sobra en Catalunya y se echa de menos en Madrid. Yo, por ejemplo, veo a Dolores de Cospedal en televisión y me hago ilusiones preconstitucionales, de cuando las banderitas daban risa.