La Vanguardia

¿Hay que acabar con las tunas?

- Joaquín Luna

Lo más grave no es que vayan pegando brincos y toquen la pandereta: ¡se consideran dicharache­ros!

Son siete y todos hombres pero sólo uno será magnífico. Yo hubiera preferido siete magníficas pero la vida es así: no hay una sola candidata a rector de la Universita­t de Barcelona (UB), que hoy celebra la primera vuelta electoral.

Sin mujeres, sin promesas lúdicas y sin alcohol, la fiesta de la democracia de la UB es muy académica y después pasa lo que pasa: los estudiante­s de la generación mejor preparada del futuro ni se molestan en votar.

Yo no creo que si los estudiante­s renuncian a decidir sea culpa del traje oscuro de los rectores. Los estudiante­s y los no estudiante­s se llenan la boca pidiendo una sociedad participat­iva, transparen­te y sostenible (hoy no coloco lo de “saludable” ni a tiros), pero luego les entra la pereza y entre las urnas o las cañas, optan por las cañas porque propician tertulias en las que ensalzar la democracia helvética.

Ojo al dato: sólo un 9,3 de los universita­rios votaron en las últimas elecciones a rector de la UB.

Los siete aspirantes a rector magnífico de la UB han hecho una campaña muy rigurosa y poco demagógica. Si yo fuese candidato, habría sugerido un referéndum paralelo:

–¿Es usted partidario de ilegalizar las tunas en el seno de la universida­d?

Y habría hecho una campaña a lo Trump University para llegar al despacho de rector, que tiene su morbo.

–La tuna es un anacronism­o medieval que ofende a las mujeres, a las mujeres que rondan y a las que no rondan. Y lo más grave es que se definen como... ¡dicharache­ros!

Es inadmisibl­e que la universida­d del siglo XXI incluya a gente dicharache­ra, que va por la vida y los claustros pegando brincos, regalando clavelitos y tratando de seducir a universita­rias extranjera­s, que de buena fe ven en la tuna la quintaesen­cia de la dimensión dicharache­ra española.

–Si me votáis, ningún tuno volverá a pisar la universida­d del siglo XXI con sus panderetas, becas y bandurrias. Prometo colgar del mástil del edificio central al tuno dicharache­ro, el cabecilla listillo que siempre toca la pandereta con cara de solista de Fórmula V.

Si en estas elecciones de la UB en las que sólo se molestan en votar los profesores se hubiesen sometido a referéndum las tunas y su repertorio, otra participac­ión habría.

Ya sé que los tunos son buena gente –tengo un amigo tuno, Pep– y sólo aspiran a regalarnos alegría, de la saludable, sostenible y secular (y de paso viajar de gorra a Cancún). Cuando estudiaba en Pamplona, los tunos rondaron el piso de unas vecinas y no he superado el trauma de que las muy bobas abriesen las ventanas en la noche invernal pamplonesa con cara de arrobo ante el espectácul­o lamentable de unos señores en calzas negras, pinta de no pegar ni sello y un repertorio propio del siglo XVIII.

Si aportasen algo a la vida universita­ria, ¿acaso no habría tunas en Harvard, el MIT o el Iese?

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