¿Hay que acabar con las tunas?
Lo más grave no es que vayan pegando brincos y toquen la pandereta: ¡se consideran dicharacheros!
Son siete y todos hombres pero sólo uno será magnífico. Yo hubiera preferido siete magníficas pero la vida es así: no hay una sola candidata a rector de la Universitat de Barcelona (UB), que hoy celebra la primera vuelta electoral.
Sin mujeres, sin promesas lúdicas y sin alcohol, la fiesta de la democracia de la UB es muy académica y después pasa lo que pasa: los estudiantes de la generación mejor preparada del futuro ni se molestan en votar.
Yo no creo que si los estudiantes renuncian a decidir sea culpa del traje oscuro de los rectores. Los estudiantes y los no estudiantes se llenan la boca pidiendo una sociedad participativa, transparente y sostenible (hoy no coloco lo de “saludable” ni a tiros), pero luego les entra la pereza y entre las urnas o las cañas, optan por las cañas porque propician tertulias en las que ensalzar la democracia helvética.
Ojo al dato: sólo un 9,3 de los universitarios votaron en las últimas elecciones a rector de la UB.
Los siete aspirantes a rector magnífico de la UB han hecho una campaña muy rigurosa y poco demagógica. Si yo fuese candidato, habría sugerido un referéndum paralelo:
–¿Es usted partidario de ilegalizar las tunas en el seno de la universidad?
Y habría hecho una campaña a lo Trump University para llegar al despacho de rector, que tiene su morbo.
–La tuna es un anacronismo medieval que ofende a las mujeres, a las mujeres que rondan y a las que no rondan. Y lo más grave es que se definen como... ¡dicharacheros!
Es inadmisible que la universidad del siglo XXI incluya a gente dicharachera, que va por la vida y los claustros pegando brincos, regalando clavelitos y tratando de seducir a universitarias extranjeras, que de buena fe ven en la tuna la quintaesencia de la dimensión dicharachera española.
–Si me votáis, ningún tuno volverá a pisar la universidad del siglo XXI con sus panderetas, becas y bandurrias. Prometo colgar del mástil del edificio central al tuno dicharachero, el cabecilla listillo que siempre toca la pandereta con cara de solista de Fórmula V.
Si en estas elecciones de la UB en las que sólo se molestan en votar los profesores se hubiesen sometido a referéndum las tunas y su repertorio, otra participación habría.
Ya sé que los tunos son buena gente –tengo un amigo tuno, Pep– y sólo aspiran a regalarnos alegría, de la saludable, sostenible y secular (y de paso viajar de gorra a Cancún). Cuando estudiaba en Pamplona, los tunos rondaron el piso de unas vecinas y no he superado el trauma de que las muy bobas abriesen las ventanas en la noche invernal pamplonesa con cara de arrobo ante el espectáculo lamentable de unos señores en calzas negras, pinta de no pegar ni sello y un repertorio propio del siglo XVIII.
Si aportasen algo a la vida universitaria, ¿acaso no habría tunas en Harvard, el MIT o el Iese?