Últimas conversaciones, grandes lecciones
Con creciente entusiasmo he leído el último libro fruto de la amistad entre el papa emérito Benedicto XVI y el periodista alemán Peter Seewald.
Después de La sal de la tierra, Dios y el
mundo y Luz del mundo, aparece ahora Últimas conversaciones (Mensajero Ediciones). Joseph Ratzinger tiene una larga trayectoria, como teólogo, profesor, arzobispo, cardenal y ocho años de pontificado. En estos momentos se ha dejado convencer por el periodista para ofrecer las reflexiones más personales y por ello más jugosas.
Esta apertura del alma nos permite conocer mejor a uno de los gigantes de nuestra era y, sobre todo, apreciar su humanidad y su sencillez de la que yo mismo, como Arzobispo de Tarragona, tuve experiencias inolvidables.
El nombre de Ratzinger queda asociado por la historia a Facultades de Teología de Universidades tan prestigiosas como Bonn, Münster, Tubinga y Ratisbona, y a teólogos con los que compartió conversaciones como De Lubac, Von Balthasar, Congar, Pieper, Karl Barth, Hans Küng… y, sobre todo, queda ligado indefectiblemente a san Juan Pablo II, que le llamó a su lado haciéndole dejar el Arzobispado de Munich para ir a Roma.
En el libro se cuenta la violencia que Ratzinger tuvo que hacerse a sí mismo para abandonar su tarea prioritaria de investigación teológica para servir en la Curia, y las veces que trató de dejar la labor al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, hasta que el papa Wojtyla le dijo: “No se moleste en presentarme la dimisión porque no le voy a hacer caso. Usted tiene que seguir mientras yo esté aquí”.
Asimismo se descubren situaciones hasta ahora poco conocidas, como la hemorragia cerebral que padeció en 1991 y la completa ceguera que afecta actualmente a su ojo izquierdo. Todo ello junto a su necesidad de dormir las horas necesarias por la noche y hacer la siesta, costumbre que adoptó tras descubrirla en Italia.
Detalles: siempre escribe a lápiz, incluso sus encíclicas, se ríe a menudo (el periodista lo constata en múltiples ocasiones), quemó en una estufa su tesis de habilitación como catedrático, que le había reportado una fuerte tensión, y reconoce sin ninguna resistencia que su madre fue hija ilegítima, circunstancia que dice no supuso nada para él cuando lo supo “pues mi madre resultaba tan convincente que no necesitaba certificado alguno de moralidad”.
Con todo, mis párrafos favoritos son los que le descubren en su humildad, cuando no da importancia alguna al hecho de que fuera un desertor del ejército de Hitler, o cuando corrige a su entrevistador alegando que en realidad no es políglota, porque no conoce bien ningún idioma.
Por último, de la lectura de este hermoso libro, me quedo con la profunda afirmación que hizo en la solemne misa de inicio de su pontificado: “Mi verdadero programa de gobierno es no hacer mi voluntad, no seguir mis propias ideas, sino ponerme, junto con toda la Iglesia, a la escucha de la palabra y la voluntad del Señor”.
Joseph Ratzinger revela al periodista situaciones poco conocidas como que escribe a lápiz incluso sus encíclicas