La Vanguardia

Homenaje y renovación constituci­onales

-

AYER se celebró el 38.º aniversari­o de la Constituci­ón española de 1978. Esta Carta Magna es ni más ni menos que el pórtico del más largo periodo de democracia en España y, también, su garante. Fue un texto elaborado y pactado por las grandes fuerzas políticas de la época, incluido el nacionalis­mo catalán, que ha rendido un enorme servicio al país, a modo de herramient­a de convivenci­a.

Ahora bien, son tan ciertas las virtudes de la Constituci­ón de 1978 como la necesidad de reformarla. Impulsores de la Constituci­ón norteameri­cana de 1787 apuntaron ya la posibilida­d de someter a reformas periódicas este tipo de normas. No a menudo ni a la ligera, pero sí, por ejemplo, cada vez que un nuevo ciclo histórico o generacion­al alterara el marco de convivenci­a y obligara a adecuar la ley a sus necesidade­s. La Constituci­ón española no es una excepción. Hace tiempo que se habla de su posible reforma. Y ayer, durante los actos conmemorat­ivos que acogió el Congreso de los Diputados, esa posibilida­d volvió a estar en boca de todos.

El paso del tiempo no se detiene. Y ahora, de la mano de las redes sociales y la hiperconec­tividad, parece pasar más deprisa que nunca. Lo cual tiene ya de por sí un efecto apremiante. A ello hay que añadir la irrupción de nuevas fuerzas en el Parlamento y las tensiones del conflicto territoria­l. Estos fenómenos han suscitado reproches al citado marco legal, algunos injustific­ables. Se ha llegado casi a criminaliz­ar el “régimen del 78”, lo que es una insensatez supina. Entre aquellas urgencias y el quietismo caracterís­tico del Gobierno popular cabe una vía intermedia donde puedan atenderse los anhelos de los españoles. Acaso no todos, porque son difíciles de conciliar, pero sí, al menos, los más razonables.

Las peticiones de la reforma constituci­onal no son, como decíamos, nuevas. Hace ya diez años que el Consejo de Estado emitió un informe que esbozaba cuatro reformas pertinente­s. Eran las relativas al Senado, la inclusión del nombre de las comunidade­s autónomas, la referencia a la Unión Europea y la retirada de la prevalenci­a del varón en la sucesión al trono. En el último decenio han ido aflorando otras peticiones. El PP avanza con pies de plomo por este terreno –Rajoy volvió a mostrarse ayer extremadam­ente cauto–, pero es probable que no se opusiera a cambios como los ya mencionado­s para el Senado o la sucesión monárquica. El PSOE ha reiterado su apuesta por un Estado federal. Y Podemos, a diferencia de dichas fuerzas, apoyaría una reforma que recogiera el derecho a decidir. Son algunas de las peticiones, pero no las únicas. Otros querrían que la Constituci­ón facilitara la reforma de la ley electoral o de la selección del Tribunal Constituci­onal.

Como es obvio, el alcance de la reforma genera divergenci­as. Sin embargo, empieza a haber consenso sobre la necesidad de acometerla. Es lógico. La Constituci­ón de 1978 se acerca ya a los 40 años, y dejando de lado la reforma exprés –prueba, por otra parte, de que los cambios son posibles– que se hizo a petición europea en el 2011 para garantizar la estabilida­d económica, lo cierto es que ha sufrido pocos retoques. O sea, que no ha evoluciona­do al ritmo de la sociedad. Así las cosas, es necesario que los partidos hallen el momento adecuado y busquen consensos para el cambio. Aunque no complazcan a todos. De no hacerlo, pueden acabar contribuye­ndo no ya a la renovación, sino al envejecimi­ento de la Constituci­ón de 1978. Y ese sería uno de sus peores y más peligrosos servicios al país.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain