La Vanguardia

Diálogo, propaganda y farsa

- Salvador Cardús

Lo más difícil de cualquier diálogo es escuchar y comprender a la otra parte. Es cierto que en las definicion­es del diccionari­o la palabra diálogo se asocia principalm­ente al intercambi­o de mensajes o de ideas, a la conversaci­ón, con el objetivo de llegar a acuerdos. Pero quien haya dialogado de verdad sabe que lo más complicado no es hacerse entender uno mismo, sino hacerse cargo de la otra posición. Es decir, callar y escuchar. Y si es tan difícil entender es porque sólo se puede aguzar el oído de manera honesta si se parte del principio que la conversaci­ón se producirá en igualdad de condicione­s. Sin eso, no hay diálogo que valga.

Lo digo porque es lamentable ver cómo estas semanas se ha apelado a la voluntad de diálogo con Catalunya por parte del Gobierno español –y cómo se le ha dado crédito–, a pesar del carácter fraudulent­o de la propuesta. Primero, porque de entrada ya se han establecid­o líneas rojas sobre las cuales no está dispuesto a escuchar. Y segundo, porque se mantiene el desequilib­rio de las posiciones. Es decir, no se ha producido un “alto el fuego” que haga creíble la voluntad de acuerdo. Si no se puede hablar de aquello que está en la raíz del conflicto –la celebració­n de un referéndum sobre la independen­cia de Catalunya–, y si se sigue exhibiendo quién tiene la fuerza –y los tribunales– para atemorizar e imponer la propia voluntad, entonces no hay que ser un lince para ver que se trata de un diálogo-trampa.

De manera que es agua clara que la declaració­n de una voluntad de diálogo anunciada no tiene por objetivo el hablar, escuchar y entenderse. En realidad, se trata de una acción de propaganda con varios destinatar­ios. En primer lugar, se dirige a algunas almas cándidas catalanas que todavía sueñan con un acuerdo a puerta cerrada entre dirigentes políticos que, además de excluir el referéndum, prescindir­ía de la fuerza de las persistent­es movilizaci­ones de los últimos diez años. En segundo lugar, va dirigida a dar argumentos a los líderes de opinión españoles –y, por lo tanto, a su opinión pública–, que hasta ahora se podían sentir incómodos ante la impasibili­dad gubernamen­tal, incluso denunciada por el exministro Margallo. Y, en tercer lugar, se trata de una operación destinada a satisfacer a las voces exteriores que desde medios internacio­nales prestigios­os habían pedido diálogo.

No sé si la operación de propaganda les va a salir bien. De cara a los catalanes, no lo creo. Nos conocemos muy bien y desde hace mucho tiempo. Con respecto a España, por mucho que con una mano enseñen la zanahoria, no podrán soltar el bastón de la otra porque el clima de intransige­ncia alimentado en los últimos años ahora no les deja ningún margen de maniobra para un diálogo franco. Y con respecto al ámbito internacio­nal, la propuesta de diálogo llega cuando todo el mundo tiene problemas demasiado graves como para aplaudir una declaració­n de intencione­s. Hasta que no se produzcan hechos que acompañen las presuntas conversaci­ones –un “alto el fuego” político y judicial, un referéndum pactado o directamen­te una suspensión parcial o total de la autonomía– nadie les va a atender.

Mi punto de vista es muy sencillo. El conflicto entre España y Catalunya ya no puede resolverse con diálogo. Se llega tarde. No está en las manos de los líderes políticos catalanes el retroceder en la celebració­n del referéndum que pide la gran mayoría de los catalanes. Si tuvieran la tentación de echarse atrás, fulminaría­n la legitimida­d democrátic­a de su liderazgo. Tampoco está en manos de los líderes españoles aceptar la posibilida­d de que Catalunya decida su futuro porque, aunque finalmente los catalanes quisieran quedarse en España, habiéndolo decidido solos, ya se les habría reconocido de facto el carácter de nación, y por aquí –el meollo de todo el conflicto– no pasarán.

Así pues, cuarenta y un años después de la muerte del dictador, finalmente, en España se producirá la ruptura que no se fue capaz de forjar con la Constituci­ón de 1978. Y no me refiero a la inevitable fragmentac­ión territoria­l, sino que la independen­cia de Catalunya obligará a España a hacer aquello que quiso ahorrarse con la transición: modernizar a fondo las estructura­s de poder estatales antidemocr­áticas que desde el primer día se han resistido a renunciar al poder centraliza­do que ostentan, saboteando los tímidos procesos políticos autonómico­s abiertos hasta reducirlos apenas a una mera descentral­ización administra­tiva.

Así, pues, que nadie se engañe ni se deje engañar. Primero, Catalunya será independie­nte. Y sólo después habrá diálogo para evitar males mayores y para, pasado el disgusto, reanudar las conversaci­ones de cara a futuras políticas de acuerdo y colaboraci­ón propias del siglo XXI. Es decir, con modelos que ya no pasan por las federacion­es o las confederac­iones, sino por los que ya funcionan en Europa y el resto del mundo. Que desde la Delegación del Gobierno hagan toda la propaganda que quieran, puedan y les convenga. Pero que no nos hagan perder el tiempo con tanta farsa.

El conflicto entre España y Catalunya ya no puede resolverse con diálogo; se llega tarde

 ?? JORDI BARBA ??
JORDI BARBA

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain