Mamá de los tamiles
El pasado 21 de septiembre Jayalalithaa Jayaraman daba el banderazo de inauguración de la línea de metro del aeropuerto de Madrás. Que lo hiciera por videoconferencia desde la sede de Gobierno debería haber puesto en alerta sobre su salud, aunque no desdecía su condición de ídolo cinematográfico que siempre mantuvo una distancia desdeñosa con sus admiradores, luego electores. Al día siguiente ingresaba en un hospital de la capital tamil, de donde ya no saldría con vida, a pesar de que una muchedumbre de seguidores hacía guardia a sus puertas para rogar por su salud –entre ellos un fakir suspendido con ganchos que le atravesaban la piel de la espalda–.
Si la frontera entre política y ficción es flexible en todas partes, en el estado de Tamil Nadu se desdibuja por completo. Sus 73 millones de habitantes llevan cuarenta años de sesión continua, con una sucesión de jefes de Gobierno que han sido estrellas de cine o, por lo menos, guionistas. Una matinal infantil con la que los tamiles parecían encantados y de la que despertaron huérfanos el pasado lunes, con el fallecimiento por infarto de Jayalalithaa, como era conocida por todos, aunque sus incondicionales prefirieran llamarla
Amma (mamá). Los detalles de su enfermedad son tan enigmáticos como su propia vida.
Jayalithaa nació en un pueblo cercano a la hermosa ciudad palaciega de Mysore y perdió a su padre cuando tenía apenas dos años. A causa de ello, su joven madre, para mantener a la familia y siguiendo la estela de su hermana azafata, se inició como actriz, algo no demasiado bien visto en el conservador sur de India, dejando a Jayalithaa al cuidado de sus abuelos en Bangalore, pagándole, eso sí, una buena educación a la que debe un inglés impecable, raro entre otros políticos populistas indios. Aun siendo una estudiante excepcional, con acceso a becas, Jayalalithaa también decidió iniciarse en el cine tan pronto como cumplió dieciséis años, como pareja del gran galán del cine tamil, MG Ramachandran, que ya pasaba de los cincuenta. A partir de entonces filmaron juntos decenas de veces y se da por supuesto que el vínculo fue más allá de lo estrictamente profesional.
Acostumbrado a movilizar masas, Ramachandran creó su propio partido, el AIADMK, como escisión del principal partido del movimiento tamil, DMK, en el que Jayalalithaa se iniciaría en labores de propaganda. Más conocido por sus iniciales MGR, él fue el actor-político por antonomasia de India y, a su muerte, su folklórico legado político pasaría a Jayalalithaa. La actriz, ya en política, ganó sus primeras elecciones en 1991, alternándose en el poder con el DMK de Karunanidhi hasta este mismo año, cuando logró la proeza –en India– de ser reelegida, a pesar de haber sido arrastrada a la cárcel por corrupción –después fue exonerada– apenas un año y medio antes. El sistema judicial indio tardó dieciocho años en condenar a Jayalalithaa por apropiación indebida –para exonerarla pocos meses después– junto a su secretaria privada, Sasikala. Cabe decir que esta mujer, expropietaria de un videoclub, está considerada como el auténtico poder en la sombra en Tamil Nadu y es la protagonista de un ascenso social todavía más meteórico que el de la propia Jayalalithaa.
El balance de las cinco accidentadas legislatura de Amma presenta sin embargo más matices de lo que podría parecer. Hay que decir en su honor que hablaba todas las lenguas del sur de India y, sin ser completamente fluida en hindi –sólo hizo una película en esta lengua–, fue la primera mandataria política del sur del país en hacer un mitin en esta lengua en el norte del país.
Eso sí, su último mandato dobló el endeudamiento de Tamil Nadu, pero se ganó al pueblo con una política social de tirar la casa por la ventana: ordenadores portátiles gratis –con su foto– para todos los estudiantes al alcanzar los dieciséis años. En los últimos años ha creado más de trescientas cantinas de Amma, empleando a miles de mujeres y ofreciendo comida del sur de India a un precio muy económico. Aunque lo bueno y lo malo en Tamnil Nadu se reparte a partes iguales entre su partido y el DMK, el caso es que Tamil Nadu destaca para bien en varios parámetros. Es mediocre en alfabetización, pero es el estado indio con mejores datos en mortalidad infantil o materna y el estado con menos hijos por mujer: las tamiles ya tienen menos hijos que las finlandesas.
Asimismo, Tamil Nadu es uno de los estados más cohesionados y seguros de India. En cualquier caso, Jayalalithaa representa una cierta degeneración del movimiento dravídico, de raíces progresistas, laicas y de denuncia del sistema de castas, que galvanizó el sur de India a partir de los años treinta. Ella misma era una palidísima brahmán en el estado que reivindicaba la “negritud” de la India sureña y dravídica. Y hoy como ayer los brahmanes de Tamil Nadu no sólo copan muchos puestos de trabajo funcionariales en Nueva Delhi –por su amor a las carreras intelectuales y su dominio del inglés–, sino también en los servicios tecnológicos. Una gran parte, si no la mayoría, de los indios que han hecho carrera en Estados Unidos, en la informática, la ciencia o la medicina, son brahmanes de Tamil Nadu. Este colchón es el que ha hecho que Tamil Nadu haya podido aguantar a tantos populistas, aunque a partir de ahora ciertamente será más difícil adorar a quien venga.