Miró y los poetas catalanes
Vicenç Altaió reconstruye la intensa colaboración del artista con los autores de su tierra, de Carner a Gimferrer
Dos libros que en realidad son uno. Miró i els poetes catalans , de Vicenç Altaió. El primero, de bibliófilo, es de gran formato y a un precio que se acerca a los mil euros, reproduce los dibujos que Miró creó para acompañar los libros de los poetas catalanes que creyó más representativos. El segundo es resumen del primero y cuenta con una detallada explicación de cada uno, con un formato propicio para que llegue a librerías.
Miró, que colaboró con los grandes poetas de la vanguardia (René Char, Tristan Tzara, Paul Éluard, Robert Desnos...), no olvidó nunca a los poetas de su tierra. Aquí aparecen las obras que enlazan el noucentisme de Josep Carner con la vanguardia popular de Salvat Papasseit, los poetas de su generación, como J.V. Foix y el olvidado Carles Sindreu con las nuevas generaciones: Brossa, Perucho, Espriu, Martí i Pol, Gimferrer.
A quien se le ocurría decir que los dibujos de Miró son ilustraciones de los poemas se ganaba la ira de un artista que fusionaba en sus obras poesía-pintura. El libro aporta, en lo visual, la reunión de los dibujos dispersos y también algunas curiosidades, como mostrar el dibujo creado para el libro concreto y después el dibujo que hizo Miró sobre las portadas de los libros de Foix y Sindreu que estaban en la biblioteca personal del artista. La otra aportación es el amplio estudio que dedica a la relación de Miró con la poesía catalana. Rescata en primer lugar a Carles Sindreu, que tuvo un importante papel en el grupo Adlan. Asistente habitual de la peña del Hotel Colón, a la que iba Lorca cuando visitaba Barcelona, fue el autor del texto que loaba la pintura de Miró en el número de D’Ací i d’Allà de 1934. Brossa, evocando una conversación en 1945, en plena dictadura y persecución de la lengua, recuerda que le dijo: “¡Qué contraste con las aspiraciones de mi juventud!”, echándose a llorar. El autor tiene una greguería que parece hoy una profecía: “Hi ha dies que hom diria que porta un fil de telefonia connectat a l’orella”.
Altaió subraya que el siguiente libro de Miró con un poeta catalán no llega hasta los años sesenta, lo que da muestra del silencio que se impuso a la literatura catalana. La reconexión se plasma en 1962 con el libro de artista Cop de poma, una caja con cinco variaciones del mismo grabado, obra de Tàpies, una partitura de Mestres Quadreny, un poema de Brossa y una “escultura” de Moisès Villèlia (”En temps de diluvi, els escarabats neden”, se lee en la advertencia, escrita por Brossa),
“Será Brossa –dice Altaió– quien identificará la nueva vanguardia, experimental y popular, pobre y anticonservadora, con la de la primera vanguardia, la de Miró”. “Foix y Brossa –según el autor– serán las dos caras de Miró”.
Después, en los años setenta, Espriu, “el poeta postsimbolista hermético y realista de combate, llega a Miró a través de la canción de Raimon”. ¿Cómo explicarse la relación de la poesía de Martí i Pol con la estética contrapuesta de Miró? Altaió aporta documentación inédita en la que el poeta de Roda de Ter, impaciente por la tardanza con que Miró entrega sus grabados para Els cinc sentits, propone a Gaspar que le sustituya por Viladecans (temiendo que si tarda más en salir “esto no lo verá nadie”). Gaspar, horrorizado, le dice que es imposible quitarle a Miró el libro, que finalmente sale publicado.
Martí i Pol había sustituido a Espriu como el poeta nacional, el poeta del combate comunista. Altaió descubre con sorpresa que Espriu y Miró, a los que se suponía en contacto, no se conocieron personalmente hasta 1962, y muestra la misoginia final del autor de El cementiri de Sinera, Altaió reproduce la extraña carta de Espriu a Pilar Juncosa, cuando muere Miró, escrita con pulcras y diminutas letras mayúsculas: “yo, que no soy nadie, tenía y tengo la osadía de querer a su marido, más al hombre que al artista, que ya es decir”.
El libro incluye al poeta más joven, a Pere Gimferrer, que asistió al nacimiento de dos de los 109 libros de Miró. El dedicado a Góngora y uno de los más bellos, junto con Càntic al Sol ,el Lapidari o Llibre de les propietats de les pedres, el último que creó, en el que las piedras están descritas por el color. Gimferrer contaba a un Miró risueño la propiedad de la magnete, un diamante que se creía con poderes de encantamiento: si uno ponía la piedra bajo la almohada del lecho donde dormía su mujer, esta le abrazaría si era casta y si no, caería del lecho como si alguien la empujara.
El libro explica la extraña relación con Martí i Pol y rescata a autores como Carles Sindreu