Separación, más que divorcio
MÁS que un divorcio, es una separación. No ha roto el carnet del partido, pero ha cortado los amarres. José María Aznar dijo en una ocasión que el poder es como el maillot amarillo del ciclista: permite que los demás lo perciban a uno mejor de lo que es y facilita que pueda conseguir resultados impensables. Pero hoy quien lleva la camiseta del líder es Mariano Rajoy, y Aznar sabe que el que va delante es como el contrarrelojista, hace la carrera solo aunque disponga de un buen equipo. Así que, con Rajoy de amarillo, ha acumulado silencios entre un puñado de reproches implacables. No encajaba en el papel de presidente de honor, que, como escribía certeramente José Antonio Zarzalejos en este diario, le contraía su independencia y dotaba a sus críticas al Gobierno de una carga adicional de supuesta deslealtad que él no deseaba.
El aznarismo es algo de otra época y hoy lo que se impone es el rajoyismo. Europa mira a este registrador de la propiedad que se mueve poco y sin prisas, pero que precisamente por eso no tropieza ni se precipita, como un bastión de seguridad en un continente cargado de incertidumbres. Aznar se aparta con la pretensión de ser la conciencia moral de la derecha española, el valedor de una España sin concesiones a la galería ni complacencias con los nuevos tiempos. El Pepito Grillo de un PP que busca su perfil más liberal. Con la FAES dispondrá de una plataforma para fabricar pensamiento, y la victoria de Donald Trump permite pensar que no le faltará de nada, ni en lo ideológico ni en lo material. Aznar no quiere ser el dinosaurio del cuento que al despertar seguía allí, sino más bien la serpiente Kaa de El libro de la selva, astuta y certera, que hipnotizaba a sus víctimas con la mirada. Aznar no hará un nuevo partido, pero mantendrá un discurso ideológico que en Europa les suena.