La Vanguardia

¿Por qué, Dios mío?

- Quim Monzó

Empiezo a pensar que la asistenta que viene a casa, dos veces por semana, de hecho querría ser decoradora y, sin decírmelo, pone toda su creativida­d a mi servicio. Cada vez que vuelvo a casa cuando ella ha estado encuentro un montón de objetos reordenado­s.

La papelera Schwartz que tengo a la derecha del escritorio la encuentro siempre a la izquierda.

El buck negro sobre el que pongo los diccionari­os y cuyos cajones tengo en dirección a la puerta (porque así son más fáciles de abrir) siempre los deja mirando hacia la pared. Nunca he acabado de entender el porqué.

Los imanes redondos rojos y negros que me sirven para aguantar papeles en una de las paredes de un archivo metálico los tengo desordenad­os, en un caos que me gusta. Ella los pone en forma de círculo, a veces con una sonrisa tipo

don’t worry be happy.

El reposapiés que hay bajo el escritorio para poner los pies de forma ergonómica mientras escribo, aparece junto al ventanal. A veces también me lo desgradúa porque debe de pensar que, como lo tengo a la medida más baja, mis pies no llegarán a él.

El alimentado­r donde pones las hojas de papel para imprimir tiene dos límites laterales y uno frontal, que tienen que estar bien colocados para que la máquina los pueda arrastrar bien. Siempre, cuando ella ha pasado, el frontal sobresale cosa de cinco centímetro­s y los papeles no están perfectame­nte alineados.

En la ducha, la alfombra de plástico que tengo para no romperme la crisma aparece apoyada en la pared. Y eso es poco importante, pero los primeros días la dejaba en la galería, de forma que al día siguiente que hubiera pasado, cuando a las siete de la mañana me levantaba tenía que ducharme sin, con gran riesgo para mi frágil salud. Afortunada­mente, tras dos notas escritas (“esta alfombra va aquí”) parece que lo entendió.

En el mismo baño tengo un taburete y una papelera. La papelera va a la izquierda y el taburete a la derecha. Indefectib­lemente, cuando vuelvo a casa siempre encuentro el taburete a la izquierda y la papelera a la derecha.

La escobilla para limpiar la taza del váter me gusta tenerla al alcance, junto a la taza. ¿Dónde me la deja? Empotrada entre la parte de detrás de la taza y la baja de la cisterna. (Por cierto, qué gran avance las escobillas con cerdas de plástico negras y no blancas, como antes.)

Después tenemos la obsesión por la simetría. Si en el sofá hay tres cojines, pongo siempre dos a un lado, junto al apoyabrazo­s, y uno en el otro. Una vez ha pasado ella, los tres aparecen apoyados en el respaldo, a igual distancia uno del otro y del otro. Sobre el bufete, hay un florero, un gran bol con guindillas secas y un plato de cristal pintado, todo hacia la derecha. Pues no dudes que cuando llegues encontrará­s el florero a la derecha, el bol con guindillas secas justo en el medio y el plato de cristal a la izquierda.

Creo que por Año Nuevo le regalaré el Curso de Decoración de Interiores on ine Ceac, a ver qué.

La asistenta que viene a casa querría ser decoradora y pone toda su creativida­d a mi servicio

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