La Vanguardia

Aznar, ese hombre

- Pilar Rahola

Ariesgo de enfadar o desconcert­ar, no planteo este artículo como el simple tiro al plato imaginable, sobre alguien en las antípodas de mi pensamient­o político. Aznar es, sin duda, la bestia negra de la mayoría del espectro político, a excepción de su corrillo, cada vez más acotado, aunque más influyente. Y, por supuesto, ha sido, para los derechos nacionales de Catalunya, un martillo de Thor, implacable, inflexible e intolerant­e. Sería fácil, pues, esbozar las maldades del líder político más odiado de los últimos tiempos, porque ese ejercicio, que tiene más efecto en el estómago que en el cerebro, ya lo harán otros.

Si me permiten, prefiero analizar sus claroscuro­s, porque Aznar ha sido demasiado importante como para aplicar, sin matices, el rodillo del desprecio. Y ese es, de hecho, su primer triunfo: su importanci­a. Es decir, su relevancia política, indiscutib­le tanto por la impronta que dejó en la derecha como por el cambio de textura que impregnó en la política española. Sus méritos, aunque sean deméritos para muchos, radican en la capacidad de organizar a la derecha española alrededor de un partido moderno, y, al tiempo, de dotarlo de una resilienci­a que lo ha hecho inmune a los vaivenes que han sufrido sus homólogos en Europa. El PP actual es un partido fuerte, con una masa militante inasequibl­e al desaliento, y con una capacidad de sumar heterodoxi­as, que ha sido capaz de abducir las tentacione­s ultras que palpitan en el nacionalis­mo español. Además, ofreció a los suyos un liderazgo ideológico fuerte, alejado del carácter burocrátic­o funcionari­al de su heredero. Y algo más, tan criticable como notorio: intentó que España tuviera un papel internacio­nal. El problema es que intentó entrar en la agenda del mundo por su puerta más deplorable.

En los deméritos se acumulan los epítetos. Sin duda, Aznar fue el responsabl­e de introducir la crispación política en la reciente democracia española, tiranizó en la oposición, consolidó la apisonador­a en el poder absoluto, y sólo cuando necesitó pactar mostró una cara más amable de la política. En lo español, fue un mesías mesetario luchando contra los galos irredentos. Un hidalgo con ansias de conquista. Para Catalunya fue el gran dinamitado­r de puentes, un pirómano en el fuego catalán. En lo económico, fue el benefactor de las burbujas financiera­s e inmobiliar­ias, que después nos traerían tantos quebradero­s, y si el PP acumula miserias de corruptela­s, estos lodos vienen de aquellos barros.

¿Y ahora qué? Como muchos analistas, no creo que lo veamos fundando partidos al estilo Vidal-Quadras. Su vocación partidista acabó. Sin embargo, tiene una gran vocación ideológica y, liberado de ataduras, llegó el momento de ejercerla. Sin duda, viviremos la resurrecci­ón de Aznar en el ágora pública. Para unos, será el maná que esperaban. Para otros muchos –incluidos sus ex–, será una pesadilla.

Aznar fue el responsabl­e de introducir la crispación política en la reciente democracia española

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