La Vanguardia

Algunos deseos navideños

- Eulàlia Solé

Que el mundo vaya a mejor, este sería un deseo perenne. Sin embargo, es de tal magnitud que por el momento se ve inalcanzab­le, de modo que en fechas señaladas como el periodo navideño cabe restringir­lo a mejoras más asequibles.

Por ejemplo, a que el consumo de drogas entre los jóvenes se reduzca. Es sabido que cocaína y alcohol se hallan presentes de forma creciente en el grupo de edad de entre los 13 y los 21 años, en especial las bebidas alcohólica­s. Afectan a tiernos adolescent­es, como aquellas niñas con las que compartí un trayecto de metro en Barcelona a las ocho de la tarde. Niñas, ya que no tendrían más de 15 años.

Eran seis y subieron al vagón alborotand­o, haciendo notar su pujanza, sus ganas de reír y divertirse. Un único signo distorsion­aba su alegría. Todas llevaban cerveza consigo. Cinco de ellas, una lata en la mano; la otra, una botella de litro de la cual iba bebiendo. Costaba entender que el alcohol les fuera necesario para pasárselo bien, que antes de empezar la jarana a la que sin duda se dirigían ya se lo hubieran agenciado. No costaba entender la facilidad con que habían podido comprarlo en un supermerca­do; existen disposicio­nes tan superfluas como las que impiden vender alcohol a los menores. Deseo que aquellas niñas no acabaran mal su fiesta, que en adelante no beban cerveza en el metro, que no necesiten alcohol para ir de farra, que lo aborrezcan.

Se trata de algo importante, pues atañe a la salud física y mental, pero también cabe desear otro tipo de mejorías. De cariz económico es la que plantean los comerciant­es que piden eliminar las continuas rebajas. Cae por su propio peso que vender a menor precio o bien significa que el escandallo estaba calculado al alza o bien que se pierde dinero en cada venta. Aunque no deja de ser un asunto menor en comparació­n con el referido al alcohol, es significat­ivo por cuanto puede redundar en engaño para el comprador, por cuanto incita a consumir sin ton ni son, por cuanto acaba arruinando a los minoristas. ¿Alguien dice que la economía no es importante?

Y un postrer deseo, el de que a nadie se le ocurra subirse a un automóvil sin conductor. En California ya han dejado fuera de circulació­n tal invento, pero los tecnólogos son insistente­s. No les demos alas o acabaremos volando en un avión sin piloto. Hasta el más allá definitivo.

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