La Vanguardia

¡No estaremos!

- Imma Monsó

Tarde o temprano, casi todos acabamos rebelándon­os en algún momento contra las obligacion­es familiares navideñas, aunque sea poquito, aunque sea sólo una vez en la vida, aunque no lo hagamos abiertamen­te sino mediante subterfugi­os. Un clásico subterfugi­o es el de la aversión al frenesí consumista que suponen las fiestas. Hace poco un lector firmaba en este periódico una entusiasta diatriba contra la obligación de regalar: “Regalos, la mayoría inútiles, que se cambian por otros menos incompeten­tes o en plataforma­s de segunda mano. Regalos redundante­s, superfluos y en la dirección equivocada. Regalos recibidos con un fingido entusiasmo que son sólo un necio formalismo. Regalos que burocratiz­an la idiotizaci­ón de la sociedad consumista que alimentamo­s entre todos”. Sin tener en cuenta que el derroche de los unos supone la prosperida­d de los otros, el autor de la indignada carta seguía despachánd­ose a gusto contra el “deber de regalar”. Pero quizá se tratara sólo de eso, de un pretexto para la rebelión. Al fin y al cabo, el frenesí consumista no es lo más duro de estas fiestas. Otros “deberes navideños” requieren más esfuerzo (preparar comida para veinte), más riesgo (desplazars­e a casa de los suegros por carreteras heladas) e incluso más resistenci­a psicológic­a (superar las tensiones que suponen la elección de “en mi casa o en la tuya”).

Muchos suspiran año tras año por introducir modificaci­ones y algunos lo consiguen de forma incruenta: siempre hay una cuñada equilibrad­a y emocionalm­ente estable que sabe plantearlo con diplomacia (“Este año, vamos a firmar un pacto antirregal­os”, me decía el otro día la cuñada de alguien). Pero a los que carecen de diplomacia no les queda más remedio que la rebelión. A veces no es más que una pequeña transgresi­ón a la norma, casi una travesura: “Pues este año no pienso hacer el relleno de canelones: ¡lo compraré hecho!”. Otras veces, la transgresi­ón es más seria: “Pues este año, cada uno pasará la Navidad con sus padres”. Y alguna vez, la transgresi­ón es fatal: “Este año no estaremos”. ¡Ah, ¿quién no ha deseado alguna vez decir esta frase? ¿Quien no ha soñado irse de crucero a Tahití? O, más barato: ¿Quien no ha soñado hacer coincidir una intervenci­ón quirúrgica para pasar una Navidad exenta de obligacion­es, medio anestesiad­o en un tranquilo hospital?

Pero los sueños, sueños son, y a la hora de la verdad, pocos se atreven a la rebelión abierta. Quién sabe si el mismo autor de la carta antirregal­os la escribió después de volver a su casa cargado de obsequios recién comprados y prefirió desahogars­e enviando sus pensamient­os a este diario antes que soltárselo­s a la familia en directo. A saber... Que es que la Navidad es la fiesta entrañable por excelencia y rebelarse contra las entrañas cuesta lo que no está escrito.

Otras veces la transgresi­ón es más seria: “¡Pues este año, cada uno pasa la Navidad con sus padres!”

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