Penas y alegrías del bombo
El sorteo de Navidad, que se celebra hoy, es fuente de curiosidades y también de pleitos
Las respuestas a para qué se utilizará el premio ganado en la lotería de Navidad son lo más parecido a un manual de albañilería: siempre servirá para tapar un agujero. Pero el sorteo es algo más: anhelos de salir adelante, sueños de ayudar a un ser querido, predicciones de Morfeo, que te indicó qué número comprar y, también, una ristra de pleitos y sentencias, porque una cosa es compartir el décimo y otra el dinerito. Gente que quiere un billete concreto o amigos e incluso parejas que discuten por cómo repartirse las ganancias pueblan el anecdotario del 22 de diciembre. Hoy, una vez más, se celebra el sorteo de la lotería de Navidad.
Desde luego, hay una cosa que destacar de esta jornada: su capacidad de resistencia ante todas las adversidades de la historia, incluso a los conflictos bélicos. De hecho, los anales cuentan que el sorteo nació en 1812, en plena guerra de la Independencia, con el nombre de lotería moderna. Desde entonces no ha faltado jamás a su cita. La primera vez fue el 18 de diciembre en Cádiz, con un premio de 8.000 reales. El ganador, un ciudadano que se gastó 40 reales en tentar a la suerte.
Antes de recibir el nombre con el que lo conocemos hoy también se llamó próspero de premios, y
La lotería de Navidad no ha faltado nunca a su cita desde el primer sorteo en 1812, ni en la Guerra Civil
no fue hasta 1897 cuando adquirió la denominación actual. Y mereció más de un comentario curioso, como el que se publicó en
Blanco y Negro: “Hay en Barcelona sujetos que habiendo obtenido premio en la lotería de Navidad del año pasado aún no han cobrado. Me parece que eso les hace un beneficio. Porque la alegría de los premios dura hasta que se cobran. Y no pagándolos les alargan la alegría”.
Hay fórmulas de consuelo para todos los contratiempos, y la lotería de Navidad parece sortearlos todos, hasta la Guerra Civil. Ni un bando ni otro renunciaron a celebrarla; eso sí, cada uno llevó a cabo su propia rifa. Incluso puede que el nombre de lotería derive de la pelea, pues una teoría señala que viene de la palabra italiana
lotta, lucha: el combate del jugador para cambiar su ventura; claro que otros dicen que en realidad su origen es el alemán lot, que es, simplemente, suerte.
En el envite no faltan supersticiones, como jugar a un número fijo, o apelaciones a los augurios, como el ciudadano malagueño que en 1949 acudió a Correos buscando un número, el 55.666, porque había soñado que tocaba. No lo consiguió, ya estaba vendido, pero lo peor es que fue el gordo. No se sabe cómo se lo tomó, pero no peor que el madrileño Matías en 1944, quien, al enterarse que llevaba el segundo premio, le dio un patatús y se fue el paraíso sin disfrutar de su fortuna.
En fin, que los hados no siempre traen la felicidad. Hasta pueden contribuir a finiquitar el amor. Hay sentencias sobre matrimonios que jugaban a la lotería y que, al separarse, han intentado escamotearse los premios, pero los tribunales fallaron que los dineros debían incluirse en los bienes gananciales, y los dos tienen derecho a su parte.
Tampoco garantizan la amistad. Tres basureros de Tremp compraron tres décimos, con la peculiaridad de que uno de ellos además se llevó el premio extraordinario.
Un hombre dijo que soñó con un número, estaba vendido y fue el gordo; otro murió al conocer que ganó
Los otros dos quisieron compartirlo, pero el agraciado dijo que nones, que no era una apuesta en común, sino que los tres compraron al mismo tiempo. Su actitud le causó reproches de sus colegas en los medios y en la población. Para resolver el embrollo, la abogada Teresa Belart apeló a una figura jurídica medieval, la acción de jactancia, que quiere decir que si pones a bajar de un burro a alguien, o denuncias o te callas de una vez. El asunto acabó en los tribunales, que dieron la razón al más suertudo de los tres: no tenía por qué repartir su fortuna.
Otro jugador se llevó el susto de su vida en el sorteo del 2010: tras ver que ganó el gordo se dio cuenta de que había perdido el décimo. Mediante testigos de la compra pudo demostrar ante los tribunales el extravío y la dirección general de Loterías se vio obligada por los jueces a abonar los 30.000 euros más los intereses de demora, que eran 40.000 más. Al final, doble premio.
La hemeroteca y las fotos históricas nos muestran una cosa: Dios, cómo hemos cambiado en poco tiempo. Antes los humildes eran muy pobres, la gente se agolpaba ante las administraciones para seguir el sorteo y los empleados de banca esperaban a los afortunados para ofrecerles regalos y sueños de millonario a cambio de su dinero fresco. Ahora ya no vemos esas escenas. La lotería de Navidad ya no resuelve la vida, pero seguro que hoy habrá españoles que sacarán su manual de albañilería: hoy taparán algunos agujeros. Son las penas y alegrías del bombo.