Entre Galilea y Jerusalén
La primera mitad del s. I de nuestra era es de capital importancia para entender la transformación que afrontó el mundo antiguo. Es el periodo en que se obran cambios radicales en el mundo judío, tras la guerra de los años 66-70 d.C., que traerá la destrucción del Templo y la diáspora. Es también el momento en que aparece la figura de Jesús de Nazaret, cuya persona y doctrina transformarán el mundo. Los Evangelios nos sitúan la vida de Jesús principalmente
en dos lugares: en una región llamada Galilea y en una ciudad, Jerusalén. La Galilea de las Naciones era una región en la que se relacionaban judíos y paganos. Limitaba con Fenicia, Batanea y Traconítida, al sur con Samaría, y al este con las regiones del otro lado del Jordán –Transjordania– donde se encontraban las diez ciudades helenísticas o Decápolis.
Jesús, que había nacido en Belén y vivía en Nazaret, visitó Jerusalén de niño con sus padres para la fiesta de Pascua. Según los Evangelios, en seguida dio con los doctores judíos que enseñaban en el Templo. La Jerusalén que conoció Jesús era el centro de la re-
ligiosidad judía, que giraba en torno al Templo. Era también una ciudad donde se reaccionaba mal a la presencia romana, donde las brechas sociales se agrandaban y donde los grupos religiosos se oponían entre sí: saduceos, fariseos, esenios, zelotas, bautistas… y las autoridades del Templo que buscaban la supervivencia de la tradición y de su estatus.
Jesús volvería muchas veces a Jerusalén: para las fiestas religiosas de la ciudad, para enseñar, para realizar prodigios y finalmente para su pasión. Si Jerusalén era el topónimo central del judaísmo, sería también el punto de partida del cristianismo.