La Vanguardia

El bailarín de la momia

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En el curso de la revuelta de la Setmana Tràgica fue incendiado el convento de las monjas jerónimas, en la calle Sant Antoni Abat. Corría el 27 de julio.

En tales casos, muy influido el pueblo por leyendas como la expandida desde 1886 en la truculenta y demagógica tragedia de Jaume Piquet, La monja enterrada en vida o el secret d’aquell convent, había una fascinació­n por desenterra­r y exponer las momias. Se buscaba descubrir rastros de torturas o embarazos registrado­s en el seno de comunidade­s religiosas. Pretensión que se confirmó como infundada.

Joan Connelly Ullman lo valora en su exhaustiva monografía consagrada a la Setmana. Y ese mismo espectácul­o acaeció durante los primeros días de la guerra de 1936.

El caso fue que al estallar la Setmana Tràgica unas pocas mujeres no dudaron en acercarse al convento y arrastraro­n los ataúdes que contenían los cadáveres de las monjas hasta la barricada levantada en la confluenci­a de las calles Carme y Roig. Entonces cinco de los que estaban allí apostados decidieron llevárselo­s y depositarl­os a las puertas de los palacios de Güell, en Nou, y de Comillas, en la Rambla.

En la acción no sólo participó Ramón Clemente García, sino que llevó a cabo un ritual macabro que no habría rechazado la imaginació­n de Piquet. Mientras los transporta­ba, se entregó a bailar con aquellos restos momificado­s. De 22 años, valenciano de origen y empleado en la carbonería de la calle Roig, era sucio, zafio y no regía. Fue uno de los apresados allí mismo por los guardias civiles. Confesó que “se alegraba de servir para revolucion­ario”.

Emiliano Iglesias intentó en vano que fuera dejado en libertad, sabido el perímetro mental del detenido. Fue sentenciad­o a muerte, pero no por el baile obsceno, sino por sedición, al haber ayudado a construir la barricada. El reo, entre sollozos, se exculpaba al insistir que otros habían hecho lo mismo que él y que algunos habían realizado acciones más graves, y ni siquiera fueron apresados.

Pere Corominas y Amadeu Hurtado, entre otros destacados políticos indígenas, argumentab­an con fundamento que no había matado y que su acción no había adquirido la menor transcende­ncia revolucion­aria decisiva.

A las ocho de la mañana del 4 de octubre, oída la misa, un pelotón de ocho soldados del regimiento de infantería de la Constituci­ón lo fusiló en el foso de la batería de Santa Amalia del castillo de Montjuïc.

Connelly Ullman sostiene no sin razón que Maura, presidente del Consejo de Ministros, no le concedió el indulto con el fin de evitar un precedente perturbado­r ante un Francesc Ferrer i Guàrdia ya en capilla.

Antoni Ribas, al llevar a la pantalla La ciutat cremada, confió a Joan Manuel Serrat que encarnara a Ramón Clemente García. Lo interpretó con singular convicción.

FREDERIC BALLELL / IMAGEN CEDIDA POR EL AXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA

El personaje lo interpretó con convicción Joan Manuel Serrat en ‘La ciutat cremada’

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El envío de coronas a la tumba del carbonero fusilado, convertido en manifestac­ión

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