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El aumento de vuelos internacionales en El Prat, y la miseria de los políticos que acusan a Merkel por los muertos del atentado de Berlín.
EL aeropuerto de Barcelona ha terminado por imponer sus buenas razones y se ha convertido en una apuesta segura. En pocas horas, El Prat ha sido noticia por partida doble: IAG, el grupo propietario de Iberia y British Airways, operará hasta seis nuevos destinos en Latinoamérica, Estados Unidos y Asia a partir de junio del 2017, y hay conversaciones ministeriales entre España y China para aumentar las rutas de este país a Barcelona.
El Prat es el aeropuerto de Europa que más ha crecido dentro de la categoría de los que superan los 40 millones de pasajeros anuales, con un crecimiento del 11% en los nueve primeros meses de este año, y ya puede decirse, sin temor a ser acusados de localismo, que el aeropuerto barcelonés ya juega en la primera división de los grandes de Europa (ocupa la séptima posición en el escalafón absoluto y ha superado en los últimos meses a Gatwick, Munich y Roma).
La sensación de optimismo está justificada, sobre todo cuando, hace apenas cuatro años, El Prat parecía una instalación incompatible con las rutas de largo alcance y sentenciada a perder el tren de la competencia con el aeropuerto de madrileño de Barajas. Fue en verano del 2012 cuando Iberia cancelaba sus rutas a São Paulo y Miami y dejaba al puente aéreo como única conexión en Barcelona. Las estrategias del Ministerio de Fomento tampoco apostaban por El Prat y las energías parecían concentradas en Madrid, como hub europeo con América Latina. Tampoco la propia Administración catalana parecía convencida del potencial de crecimiento de su aeropuerto, aunque hay que recordar iniciativas empresariales que sí apostaban por El Prat.
En estos cuatro años, las leyes del mercado han terminado por imponerse. Esta realidad ha sido decisiva: son muchos los extranjeros que quieren viajar a Barcelona por negocios o turismo y ha sido esta demanda –que explica el crecimiento de rutas y pasaje, especialmente de compañías low cost, cada vez más dignificadas por la experiencia– lo que ha devuelto la confianza a un aeropuerto bajo sospecha. Con el plus añadido de que sus instalaciones permiten llegar a 55 millones de pasajeros anuales, un 35% más del tráfico actual. Ya se han disipado todas las dudas de que la antigua terminal del aeropuerto de Barcelona (la T2) pudiera convertirse en otra infraestructura fantasma como las que simbolizan los excesos y euforia anteriores a la crisis...
La demanda existe por el atractivo turístico, la actividad ferial, los negocios y una ubicación buena para compañías de EE.UU., Oriente Medio y Asia que buscan hubs –nudos de enlace– en Europa más económicos y menos saturados que los ya consolidados como Heathrow, Charles de Gaulle o Frankfurt. Un ejemplo son los miles de cruceristas estadounidenses que optan por volar a Barcelona para iniciar sus rutas. Después de años de gestiones más políticas que comerciales, Barcelona tendrá a partir del próximo verano una conexión directa con Tokio, una ruta que simbolizaba muchos anhelos en Catalunya, y que cubrirá IAG. Otra señal esperanzadora –y significativa– es el interés de la República Popular China por alcanzar acuerdos con España para aumentar la capacidad y las rutas con Barcelona, a la vista de que el último acuerdo –que se remonta al 2004– está por debajo de las expectativas chinas. El Prat se merece ahora, a la vista de su evolución y la realidad, que las administraciones acompasen y consoliden este crecimiento.