La Vanguardia

La lista de la compra

- Joan-Pere Viladecans J.-P. VILADECANS, pintor

Espuma de afeitar. 1 litro de aceite de girasol. Maquinilla­s. 2 kg de naranjas para zumo. Bote de 1/4 de olivas rellenas de anchoa. 1 docena de huevos. Colonia lavanda a granel, botella grande. Pila para el audífono. Champú para cabello frágil. Acondicion­ador. Gel ducha envase gigante. 1 kg de patatas. 1/2 kg de limones. Lejía. 4 entrecots. Compresas máxima absorción. Esmalte uñas. Pack de papel higiénico, “cuida tu piel”, 6 rollos+2 gratis. Pan de molde. 2 blíster de lonchas de jamón york. 1 pollo a cuartos. 1/2 kg de libritos de lomo. Espinacas a la catalana congeladas. Pasta: espaguetis, espirales, tortellini­s, raviolis…

Un papel abandonado, arrugado y sucio: una lista de la compra. Seguro que ya cumplió su función. Letra indecisa, precipitad­a, quizá urgente, poco que ver con la buena caligrafía –¿para qué?–. Abreviatur­as inverosími­les, casi un garabato críptico –¡je, je!–. Un día codificado, o una semana de vida anónima y cotidiana. Una memoria personal. En una lista de la compra hay más informació­n sobre nuestra existencia, hábitos y costumbres, que en muchos estudios sociológic­os. Y que en algunas encuestas de las antiguas. La literatura efímera de la simple lista de la compra sería algo que estudiar, algunas parecen un poema conceptual, otras darían para un thriller sueco, y las más: textualida­d pura. Pero, sobre todo, incitan a muchas preguntas: ¿cuántos de familia son?, ¿de qué condición social?, ¿alguna dieta en especial?, ¿un encargo que alguien deberá cumplir?, ¿de qué vecino, o vecina, se trata? Sin duda un misterio para resolver, a poco que se tenga ganas, paciencia y aburrimien­to. El supuesto detective deberá darse prisa: esto se acaba, internet ya lo acapara; como todo. Estamos en la era de la compra on line. Fin del bolígrafo, el lápiz y el papel. Además en la excursión coral de los sábados al macro, cada miembro de la familia verbaliza lo suyo. Nada de notas.

Antes, los militares de una cierta graduación y rango tenían unos asistentes –caloyos recomendad­os– a los que sus santas esposas –militaras, las llamaban en el barrio– mandaban a la compra con una lista. Las madres enviaban a niños y niñas con la lista y, estos, arrullados por la monotonía escolar, se hacían un lío con los cambios. Entre el paréntesis de la lista de la compra y las bolsas de basura, está toda la biografía de un ciudadano. Un tema.

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