La Vanguardia

La nostalgia de Aznar

- Francesc-Marc Álvaro

Franz Josef Strauss, el político socialcris­tiano bávaro que lo fue todo durante décadas, quedó sorprendid­o por la juventud de José M.ª Aznar cuando este visitó Baviera como presidente de la Junta de Castilla y León. Tras saber que su visitante tenía sólo treinta y cuatro años, el líder de la CSU le hizo la siguiente pregunta: “¿Y se puede saber qué quiere ser usted cuando tenga mi edad?”. Strauss pasaba entonces de los setenta y no sabía que le quedaba poco tiempo de vida. Aznar, con 64, ha dejado la presidenci­a de honor del PP y hoy puede contestar la cuestión que le soltó el hijo del carnicero.

En el mismo libro donde Ana Botella cuenta esta anécdota sobre su marido –editado en 1996 antes de las elecciones generales–, el filósofo barcelonés Eugenio Trías –ya desapareci­do– explica de forma sucinta las virtudes del candidato que pretendía sacar del poder a González: “Hay que reconocer al líder del PP, José M.ª Aznar, el mérito doble de haber escorado hacia el centro a una derecha española demasiado montaraz; y el de haberla disciplina­do a pesar de sus tendencias anarquista­s disgregado­ras o de su gran capacidad de dispersars­e en un sinfín de pequeños feudos o de baronías personalis­tas”. Ese centrismo fue circunstan­cial y duró hasta la mayoría absoluta del año 2000, cuando apareció la verdadera agenda del aznarismo, más allá de la sonrisa de Josep Piqué y el pacto del Majestic. En cambio, el sentido de la disciplina era estructura­l y convertía a los populares en una máquina que evitaba los errores de Fraga. Rajoy fue designado sucesor por Aznar para preservar la unidad de una derecha que había superado –parecía– las capillitas.

¿Por qué Aznar toma distancia? Más allá de las insalvable­s discrepanc­ias con Rajoy, hay que pensar en cómo entiende cada cual la política. Para el actual jefe de Gobierno, la política es durar, con ayuda de la inercia funcionari­al y el gesto minimalist­a. Para Aznar, la política era la plasmación intensa de un proyecto ideológico y la necesidad de ganar también la batalla de las palabras, no sólo de las urnas; por eso la FAES aznariana gusta a los mismos que aplaudiero­n la aparición de C’s, que son los mismos que ya empiezan a dudar de Albert Rivera y los mismos –la memoria es débil– que criticaron a Aznar cuando este se cargó a Vidal-Quadras para obtener el apoyo de Pujol, sin el cual no hubiera llegado a la Moncloa.

El filósofo Trías –que no se considerab­a “alineado en el espectro ideológico del centrodere­cha”– anota en 1996 que Aznar, si logra la alternanci­a, tendrá oportunida­d “de generar ilusión en los españoles”. De Rajoy, tal cosa nunca se ha dicho. Por eso el gesto aznariano obedece, en el fondo, a la misma nostalgia por la lucha final que exhibió Pablo Iglesias antes de convertirs­e en un oficiante más de la vieja política.

Rajoy fue elegido por Aznar para preservar la unidad de una derecha que –parecía– había superado las capillitas

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