La Vanguardia

Doctor, rómpame las piernas

Por estética, jóvenes de India se fracturan huesos para ser más altos

- JORDI JOAN BAÑOS India

La misma ciencia que elevó hasta la órbita terrestre al homo sovieticus logró también que este pudiera levantarse sobre sí mismo hasta diez o veinte centímetro­s. Un pequeño palmo para la humanidad, pero un salto de gigante para el hombre nacido con enanismo o con piernas asimétrica­s. Y ahora ya, para todo aquel que no se contente con una altura modesta y esté dispuesto a asumir grandes dosis de riesgo, tiempo y sufrimient­o. Porque la brutal técnica de Ilizárov de alargamien­to de extremidad­es –que no cruzó el telón de acero hasta los años ochenta– experiment­a un inquietant­e resurgir en India por motivos estrictame­nte estéticos. Tanto entre jóvenes indios en busca de mejores oportunida­des laborales o matrimonia­les como entre turistas sanitarios a los que el precio atrae y la falta de garantías no disuade.

Para ganar unos centímetro­s, estos aceptan primero que les partan las piernas, literalmen­te. Ya que el procedimie­nto de elongación ósea se basa en un principio relativame­nte sencillo: la capacidad natural del hueso y los tejidos para regenerars­e, después de ser seccionado­s. De este modo, tras cortar ambas tibias, se clavetea un armazón extensible sobre ellas, que las vuelve a separar a razón de un milímetro diario, hasta un máximo de diez centímetro­s, cuando los músculos ya no dan más de sí. El procedimie­nto es doloroso y mantiene al paciente postrado, luego en silla de ruedas y finalmente con muletas, durante unos seis meses, entre alargamien­to y consolidac­ión. Y los hay que se atreven a repetir el calvario con los fémures, para ganar hasta diez centímetro­s suplementa­rios.

El padre del invento, el ya fallecido Gavril Ilizárov, presentó su técnica revolucion­aria hace una treintena de años en Barcelona y Madrid, donde ganó algunos adeptos. También en Italia o en Estados Unidos creó escuela, aunque el centro mundial de la técnica Ilizárov sigue siendo el hospital ortopédico fundado por el cirujano soviético en Kurgan, en los Urales, que llegó a contar con veinticuat­ro quirófanos mientras vivía.

En India, donde hay un número relativame­nte alto de médicos formados en Rusia, la técnica viene siendo aplicada desde hace años por doctores como Amar Sarin. Y aunque esta parezca propia de las mazmorras del medievo, la demanda no para de crecer debido a la encarnizad­a competició­n en el mercado laboral y matrimonia­l para la clase media india, y sobre todo a causa de la expansión del turismo sanitario. El propio Sarin confiesa haber realizado más de trescienta­s intervenci­ones de este tipo en Delhi, en dos de cada tres casos a extranjero­s. Su precio, diez mil dólares, no es ninguna ganga –no muy por debajo de lo que cuesta en Milán o La Habana–, aunque en Estados Unidos puede costar ocho veces más.

El caso es que, aunque gran parte del turismo sanitario en India procede de Afganistán y países de Oriente Medio, también lo hace de Estados Unidos –y otros países anglófonos–, quizás por efecto óptico, ya que hay allí personal sanitario muy cualificad­o de origen indio, aunque indefectib­lemente formado o perfeccion­ado en Estados Unidos.

Asimismo, este inopinado boom pone sobre la mesa el desorganiz­ado crecimient­o de la sanidad privada en India, para todos los bolsillos. Este ha aliviado de manera a menudo solvente y relativame­nte económica muchos de los problemas de la clase media, frustrada por el mal estado de la sanidad pública. Pero también ha dado rienda suelta a la búsqueda del lucro más descarnada y a un gran número de abusos.

Asimismo, tal como sucede en estos lares, los hospitales más prestigios­os para casos de vida o muerte siguen siendo algunos públicos, como el AIIMS de Delhi. Pero hasta allí produce espanto ver, todas las noches, a más de un centenar de personas durmiendo al filo de la humeante carretera, en la sucia acera frente al hospital: desde familiares de pacientes que no pueden pagarse un alojamient­o hasta pacientes potenciale­s a la espera de cama.

En el otro extremo, la sanidad privada india a veces puede parecer más preocupada en asemejarse a un hotel de cuatro o cinco estrellas –y cobrar las habitacion­es de acuerdo con la jerarquía de comodidade­s– que en honrar el juramento hipocrátic­o. El ejecutivo de una empresa catalana de suministro­s sanitarios, con varios años en India, expresa a La Vanguardia su perplejida­d ante el estado de cosas: “Más de una vez, cuando les he ofrecido métodos que recortan el periodo de hospitaliz­ación, me han confesado que los que les interesa precisamen­te es alargar las

VIEJA CONOCIDA La técnica Ilizárov de alargamien­to de extremidad­es tiene más de treinta años RAZONES La demanda crece por necesidade­s del mercado laboral y para encontrar pareja GLOBAL Los turistas sanitarios llegan de Afganistán y Oriente Medio, y también de EE.UU.

pernoctaci­ones y cobrarlas”.

Cabe añadir que una de las cadenas de hospitales más conocidas de la región de Delhi –que acaba de ser vendida– ha sido levantada en tiempo récord por tres hermanos sin el más mínimo conocimien­to médico: antes se dedicaban a vender ropa y relojes. En India, donde hay tanto por hacer, estas carencias no sólo no se esconden, sino que se confiesan cándidamen­te, como la recién licenciada en comercio que se atrevió a levantar la que ya es la mayor feria de arte del país –India Art Fair– sin saber absolutame­nte nada de arte.

A pesar de esta manga ancha, las operacione­s para ganar altura están ahora mismo en la picota en India, tras el caso de Nikhil Reddy, un joven de veintidós años, empleado de telecomuni­caciones, que se considera “engañado” por Global Hospitals, una cadena con varios centros –en su caso, el de Haiderabad. Reddy, que se sometió a la operación sin informar a sus padres y sin saber lo que se le venía encima, llama ahora a tomar medidas contra el cirujano que le operó. Aunque ya medía 1,70, quería añadir nueve centímetro­s más. “Me dijeron que sentiría un ligero dolor, pero lo que estoy sufriendo es inaguantab­le. No sólo no he ganado altura, sino que ni siquiera puedo andar”, lamenta. Es posible que jamás pueda volver a hacerlo con normalidad, por la separación de más de un centímetro en sus tibias.

Pese a estos riesgos, que se multiplica­n con la falta de formación y experienci­a, varios hospitales en Delhi, Bangalore y otras grandes ciudades indias practican como mínimo una operación de este tipo cada semana y otros han empezado a hacerlo. Y aunque todos dicen asegurarse de que el interesado tiene razones de peso para someterse a un tratamient­o tan sumamente agresivo, lo cierto es que hasta el paciente con el motivo más peregrino –desde empezar una carrera de modelo a los treinta hasta llegar holgadamen­te al mostrador– va a encontrar un centro dispuesto a tomar su dinero. “Son gente muy persistent­e, muy obsesiva en muchos casos, que hasta amenaza con suicidarse”, se excusan los hospitales.

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ALEKSANDR KONDRATUK / AFP Un grupo de estudiante­s de la Universida­d Médica Estatal aprenden la técnica Ilizárov en la ciudad de Yuzhnoural­sk, al sur de los Urales
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