Entrañable desatino
Es enternecedor observar el esfuerzo y talento puesto al servicio de Assassin’s creed, adaptación cinematográfica realizada por Justin Kurzel del famoso videojuego de igual nombre.
Un juego caracterizado por sus imágenes espectaculares pero que –perdonadme, ortodoxos– ofrece lo mismo, como juego quiero decir. Una buena cantidad de saltos acrobáticos, imágenes imposibles en diferentes escenarios y muchos, muchos mamporros.
Es enternecedor, efectivamente, ver cuando alguien se toma su trabajo en serio, como hace Kurzel, para afrontar con decisión las limitaciones de algo –la falta de narración del videojuego en este caso– y convertirlo en una historia por encima de sus posibilidades. Hacer suya la lucha entre el orden y la libertad, con la contraposición entre lo apolíneo y lo dionisiaco, que es el desorden creador, la muerte, la falta de reglas... Locura a lo grande.
Kurzel se reúne de nuevo con Michael Fassbender y Marion Cotillar, las estrellas de su anterior película, la adaptación de Macbeth, para embarcarlos en algo que quiere ser más que una excusa narrativa: una especie de historia existencial donde se dirime nada menos que la existencia del libre albedrío y el origen de todo mal, que reside en la manzana de Adan y Eva...
Unos y otros, a buscar la manzana, pues. Con un peso filosófico que es más bien lastre, y viene grande, a un juego entre la realidad y los recuerdos del lejano pasado. Como sólo pasa en la mejor ciencia ficción, en la más osada y ambiciosa, la que no tiene miedo a salirse de lo manido.
Su mejor virtud es que nada es rutinario en este Assassin’s creed de Kurzel, donde el tono pastel –la oscuridad– se apodera del conjunto. Fassbender no es un héroe cínico. Por el contrario, se entrega a la absurda tarea de repartir leña como si algo importante estuviera en juego. Cotillard, más distante, se lo mira. Y Jeremy Irons aporta ese plus de inquietud que siempre tiene su presencia.
Es entrañable, ya digo, ver a Fassbender dar lo mejor de sí en tamaño desatino. Como un Don Quijote del videojuego, luchando contra castillos de píxels imposibles.