La Vanguardia

Que el billar sea olímpico

- Margarita Puig

Sucedió tal día como hoy pero lejos. Demasiado. Fue en un país de cuyo nombre no consigo olvidarme (no se me ocurrirá volver) y con el invierno castigado por un sol extraordin­ario. Tras una excursión en moto de trail digna del Dakar, descubrimo­s una playa bañada en el azul y la soledad más imposibles que, qué quieren que les diga, tenemos igual aquí. Cerca pero escondida y sin salir del Maresme.

Pues eso, estábamos ya en el centro de esa falsa felicidad cuando de la nada surgió un tipo pequeño con una inmensa pistola. Nos lo quitó todo. Mochila, ropa, zapatillas, la moto y, lo más gordo, las ganas de volver a salir de la tranquilid­ad a lo El show de Truman de los hoteles de los que nunca deberían alejarse los guiris. El personaje nos asustó, pero viendo sus problemas para poner en marcha el vehículo, nos acercamos amenazándo­le con una piedra. ¡Queríamos que, como mínimo, nos devolviera la ropa! El tipo se vio obligado a disparar. Y nosotros a correr y saltar (descalzos, ¡qué dolor!) por un acantilado que yo recuerdo plagado de cangrejos gigantes. Todo acabó en nada. Sin más heridas que las ampollas que nos invadieron los pies (el puesto policial más cercano quedaba a casi un maratón de camino) y la obligación de volver al lugar de “los acontecido­s” 48 horas más tarde. Las fuerzas del orden decidieron que el día de Navidad era el óptimo para presentar la denuncia. Ya ven. Todo un planazo.

Desde entonces nuestras Navidades han tomado caminos distintos. Mi ex se lió primero con la más guapa de mi promoción y muchísimos años después sorprendió a todos al casarse con un hombre y formar la pareja más atlética, envidiable y duradera que conozco. Sea como sea, en nuestra última Navidad

El tipo se vio obligado a disparar, y nosotros a correr y a saltar descalzos (¡qué dolor!) por un acantilado

tuvimos ocasión de aprender todos los matices del negro. “¿Cómo era el ladrón? ¿Indio, prieto, negro...?”, soltó el teniente, alto y guapo, clavado a Magic Johnson. A mi respuesta de “negro, como usted” partió un vaso de cristal de un solo puñetazo. Luego supe que en ese país latino los documentos oficiales incluyen (o incluían) la “I” , de indio, para clasificar a negros y mulatos y denominaci­ones tipo “indio claro”, “indio oscuro” o “indio lavado”... En fin.

Ese ex y yo asumimos además lo de per Nadal cada ovella al seu corral..., sin por ello abandonar ni el bañador (para eso está la travesía a nado de Port Vell) ni los ritos obligados. He conseguido así que ese día ya no me reserve sobresalto­s. Contribuye­n la ausencia de la cuñada insoportab­le (hay divorcios que son un alivio para todos) y el guión inamovible de Nadal a tres bandes. Así, arropada por el cloc cloc televisado, me imagino año tras año liderando la campaña para que al fin el billar sea olímpico. Se planteó en 2004 y nada. ¡Una injusticia! Con todos los respetos, pero ¿por qué el billar no y sí el curling?

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POR LA ESCUADRA

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