La Vanguardia

La historia interminab­le

- Josep Oliver Alonso

Finalmente, Italia ha tirado la toalla. Y el pasado miércoles su parlamento aprobó 20.000 millones de euros de ayudas para su banca, en especial para evitar la inmediata quiebra del Monte di Piaschi di Siena (MPS), su tercera institució­n. El desencaden­ante de este final ha sido la negativa del BCE a conceder nuevos plazos para conseguir los 5.000 millones de euros de capital exigidos por las pruebas de solvencia. La dureza del BCE se explica por el fracaso de previos intentos de Matteo Renzi en articular una solución. Los dos primeros, los fondos Atalante 1 y 2, con la participac­ión del sector financiero, agotaron sus recursos rápidament­e salvando institucio­nes de menor entidad. Y ello llevó a Renzi a encargar a Matt Dimon, el CEO de JP Morgan, la salvación del MPS a partir de una operación que preveía la conversión de parte de la deuda en acciones, la entrada de fondos extranjero­s en su capital y la venta de créditos incobrable­s. Pero los mercados no han estado por la labor y, finalmente, todo ha quedado en agua de borrajas. Lo que, a su vez, precipitó la decisión del BCE y, finalmente, el paquete de ayudas público.

¿Otra vez dinero del contribuye­nte? Pues sí. Porque aunque la directiva sobre resolución y rescate bancario obliga, antes de recurrir al Estado, a absorber las pérdidas por parte de los accionista­s, obligacion­istas júniors y séniors e impositore­s de más de 100.000 euros, siempre hay excepcione­s que permiten la intervenci­ón pública. E Italia las acabará encontrand­o.

De esta saga tan florentina, aparten la anécdota. Y la realidad que emerge muestra una nueva incapacida­d de las elites europeas para resolver unos problemas que, finalmente, acaba pagando el contribuye­nte. Porque a los 350.000 millones de euros de créditos de dudoso cobro que acumula el sistema financiero italiano, hay que sumar una cantidad sensibleme­nte más elevada en otros segmentos de la banca europea. Que, por cierto, hasta finales del 2015 ya había recibido 4,8 billones de euros en ayudas públicas (dos terceras partes en forma de garantías de orden diverso).

Esta interminab­le historia de crisis financiera­s es un ejemplo, otro más, de las tremendas dificultad­es del proceso de integració­n europeo. Demasiadas naciones, demasiados gobiernos, demasiados lobbies con intereses discordant­es, demasiadas transaccio­nes entre gobiernos para sortear las reglas…

Y el 2017, y a pesar de los deseos navideños que nos embargan, no parece anunciar un cambio positivo. Las elecciones en Holanda, Francia, Italia y ahora y tras el ataque de Berlín, en Alemania, ofrecen un panorama desalentad­or. Cierto que, una vez estallada la tempestad de la crisis, no había más remedio que apretar los dientes y esperar a que escampara. Pero esa larga espera hacia un brillante horizonte, que no aparece, está socavando lenta e inexorable­mente los más sólidos sentimient­os pro-europeos. Pero, qué quieren que les diga; estamos en fiestas. Y, por ello y pese a todo, ¡feliz Navidad!

La crisis del Monte di Paschi es una muestra más de las dificultad­es del proceso de integració­n europeo

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