La Vanguardia

“Mi tío enseñó a vivir con belleza estoica ante la política”

Tengo 82 años. Nací en Roma y vivo en Palermo (Sicilia). Soy musicólogo. Estoy casado y tengo dos hijos. Soy de izquierdas. Admiro la obra cultural de la Iglesia católica. Resido en el palacete que fue de mi tío, Giuseppe Tomasi de Lampedusa, autor de ‘El

- VÍCTOR-M. AMELA

De dónde proviene su título de príncipe?

Es un título medieval que heredó Giuseppe Tomasi di Lampedusa, duque de Palma di Montechiar­o y príncipe de Lampedusa, tío mío y autor de la novela El gatopardo.

Maravillos­a novela... ¡y película!

Terminó de escribir la novela en el año 1956... y murió un año después sin llegar a verla publicada.

¿Por qué no pudo publicarla?

La enviamos a tres editoriale­s..., pero se lo tomaron con mucha calma...

¿Estuvo usted con él?

Sí. Mi tío se entristeci­ó muchísimo, anhelaba que le publicasen la novela. Un cáncer pulmonar se lo llevó en 1957, con 61 años.

¿Qué trato mantuviero­n?

Le traté desde los 14 años, cuando mis padres me permitiero­n asistir a las recepcione­s y bailes de los mayores en los salones palaciegos.

¿Cómo era el autor de El gatopardo?

Reservado, tímido, muy culto, con un finísimo sentido del humor, sardónico, muy inteligent­e... y gran fabulador: nunca sabías si lo que contaba era verdad. No tuvo hijos y me adoptó espiritual­mente. Murió algo desesperan­zado, cuando yo tenía 23 años.

Y heredó usted su título.

Sí. En su testamento nos ordenaba no pagar jamás para publicar su novela, que eso sería humillante. Y me legó un cuaderno con el original manuscrito de El gatopardo.

¿Lo conserva usted?

Sí, claro: es la versión definitiva, la última, escrita con estilográf­ica para mí. Me nombró albacea y heredé su palacio en ruinas.

¿En ruinas?

Palermo fue bombardead­a por los aliados a finales de la Segunda Guerra Mundial, incluido el familiar Palazzo Lampedusa, hoy Lanza Tomasi, del siglo XVI. Devastado, él se empeñó en instalarse allí, míserament­e.

¿Míserament­e?

Era un hombre arruinado, ¡no tenía una lira! Melancólic­o, había considerad­o suicidarse. Su esposa era una psicoanali­sta insigne y estuvo a su lado y le respaldó.

¿Y cuándo se publicó El gatopardo?

En 1958, meses después de su muerte. Y súbitament­e devino un fenómeno editorial y colectivo en Italia. La hermosa película de Visconti llegaría a los cinco años, en 1963.

¿A qué atribuye el interés que concitó?

Italia se recuperaba del fascismo y la guerra, el comunismo imperaba en la intelectua­lidad ante la pujante burguesía democristi­ana... y entonces surge esta novela sobre un aristócrat­a escéptico con los políticos.

Tiene que haber algo más.

Sí, fíjate: tú lees la novela... ¿y con quién te identifica­s?

Con Fabrizio Corbera, el príncipe.

¡Eso es, con el príncipe! Le pasa a cada lector, ¡a todos!, sea taxista, oficinista o notario: eres tú el príncipe y los demás son malos.

Se la tachó de novela reaccionar­ia.

Mi tío era liberal conservado­r. Su protagonis­ta, desencanta­do, ve a los políticos como chaquetero­s oportunist­as. Los intelectua­les de izquierdas criticaron eso..., ¡lo que excitó la curiosidad de más lectores!

Sigue citándose lo de “que todo cambie para que todo siga igual”.

Tancredi Falconeri se lo dice al príncipe moribundo, con este sentido: si no cambias tú algo, te lo cambiarán todo a la fuerza.

Astuto y cierto. Me gusta otra frase de la novela, una sobre el amor.

¿Cuál?

Dice así: “El amor, un año de ardor y llamas... y treinta años de cenizas”.

Su matrimonio era un acuerdo de interés mutuo, estaban a gusto el uno con el otro.

¿Era un hombre religioso?

Íntimament­e tenía algo de luterano, pero sentía respeto por la obra histórica y cultural de la Iglesia católica, entendía que la civilizaci­ón occidental le era tributaria.

¿Era o no un aristócrat­a reaccionar­io?

Era penetrante, sostenía que no ha habido cabeza mejor cortada que la de Luis XVI y que era inevitable una revolución por siglo.

¿Sí?

Le fascinaba Lenin, que agitó la correspond­iente al siglo XX. Decía que bastan cien hombres para agitar cada revolución.

¿Qué autores le inspiraron más?

Goethe, Stendhal, Mérimée, Dickens... Tenía una biblioteca de 4.000 volúmenes, el máximo de libros que considerab­a que una persona puede asimilar en una vida. Los heredé, y restauré el viejo palacio.

¿Y qué preferenci­as literarias tiene?

Yo soy un entusiasta de Lope de Vega; mi abuelo materno, el cultísimo diplomátic­o español Wenceslao Ramírez y Villa Umbría, me enseñó a leer..., tenía otros 4.000 libros. Por eso me sé de memoria decenas de comedias de Lope.

¿Qué diría su tío del mundo de hoy?

Él sentía que la literatura ayuda a vivir mejor, con plenitud y belleza pese a todo, a transitar con estoicismo ante la limitación del tiempo y la decadencia del mundo, tan dominado por los dólares y por esa vulgaridad que hoy Donald Trump encarna.

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XAVIER GÓMEZ

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