La fascinación por el laberinto
LOS laberintos han fascinado al hombre desde tiempos inmemoriales. Las enciclopedias hablan de un laberinto dibujado en una tablilla encontrada en la localidad griega de Pilo, en las tumbas del antiguo Egipto o en las construcciones de la Italia etrusca. Existen de dos clases: los que son univiarios y los que ofrecen caminos alternativos. Su nombre se debe a la estructura diseñada por Dédalo a petición del rey de Minos para mantener preso a su hijo Minotauro, que acabó muerto por Teseo. Este encontró la salida gracias a una madeja de hilo que le dio la princesa Ariadna, hermana del monstruo mitad hombre, mitad toro. La situación que vive Catalunya se parece al laberinto cretense: no es fácil encontrar la salida y, si hacemos caso a Jaume Vicens Vives, tenemos a las puertas nuestro propio minotauro, nombre con el que designa al poder del Estado.
Rajoy, como Cioran, sabe que el tiempo es parte del laberinto y se mueve sin prisas. Las gentes de Junts pel Sí se atienen a una frase acuñada por Rafael Argullol, según la cual, si conseguimos llegar hasta el corazón del laberinto poco importa dónde está ya la salida, pues poseídos por su fuerza todos los caminos resultarán válidos. En el pulso que mantiene el Govern con el Gobierno, por la mañana el Tribunal Constitucional anulaba las ponencias de las leyes de desconexión y por la tarde el nuevo Pacte Nacional pel Referèndum visualizaba la voluntad de votar en una consulta acordada.
Desde la prehistoria, los dibujos de laberintos servían de trampa para atrapar malos espíritus. Incluso en algunas iglesias católicas se trazaban cerca del baptisterio con la finalidad de despistar las fuerzas del mal. En la catedral de Chartres, el laberinto abarca gran parte de la nave: también simboliza el peregrinaje del hombre hasta la salvación. No estaría de más dibujar uno en el salón de plenos del Parlament, porque el Minotauro no va a respetar ni a Teseo. No sea que alguien pierda el hilo de la historia.