La Vanguardia

Melancolía en Belén

- HENRIQUE CYMERMAN Belén. Correspons­al

En vísperas de la Navidad, Belén se prepara para el momento álgido del año sin esconder un aire de melancolía. Horas antes de la llegada de miles de peregrinos, que en su mayoría visitan la iglesia de la Natividad y pasan por el mercado antes de regresar a sus hoteles en Jerusalén, las tiendas de souvenirs todavía se encuentran vacías y los mercantes salen a la calle para intentar cazar compradore­s.

Los puestos de fruta y verdura están repletos de clientes –casi todos son palestinos locales–, aunque acuden también residentes de Ramala y varias familias de árabes israelíes cristianos, que se instalan en los hoteles que por ahora registran baja ocupación. Estas fechas el Ministerio de Turismo israelí exige a las fuerzas de seguridad instaladas en la frontera entre Jerusalén y Belén que faciliten la circulació­n de la población y turistas entre las dos ciudades santas, lo que acelera el paso y lo hace mucho más ágil de lo normal. Los vehículos cruzan la puerta de hierro que se abre dentro del muro de seguridad que separa ambos enclaves y llegan a Belén, lugar que combina la simbología clásica de la intifada palestina con los decorados y el colorido navideño.

Samir es un cristiano palestino que regenta una red de supermerca­dos y vivió parte de su vida en Paraguay. Tiene mucha familia en Santiago de Chile y habla con los suyos por Skype desde uno de sus establecim­ientos para desearles una feliz Navidad. “Lo que más me preocupa es que la ocupación israelí de Cisjordani­a alcanzará en el 2017 los cincuenta años. Medio siglo sin que se vea el final, y aquí en Palestina cada vez son más los que pierden la esperanza y se radicaliza­n”.

Al entrar en la urbe se deja atrás la enorme torre de vigilancia del ejército israelí –que actualment­e permanece vacía– y se puede ver uno de los lugares más desesperan­zadores del lugar: el hotel Jisar Palace, construido para hacer frente a lo que se vaticinó como “la avalancha de peregrinos del siglo XXI” tras las exitosas celebracio­nes del año 2000. Sus casi 200 habitacion­es estaban vacías en los días previos a la festividad, y sus enormes y lujosos salones tienen las luces apagadas y se respira en ellos un ambiente fantasmagó­rico. Un operario nos dice que “el sueño de los promotores era que este hotel de cinco estrellas, situado al lado de la frontera con Jerusalén, se convirties­e en un referente de los turistas de clase alta y hombres de negocios de todo Oriente Medio, así como de turistas israelíes que quisieran visitar una de las ciudades con más historia de la región”.

Desde los balcones del hotel se puede ver el campo de refugiados de Al Aida y la tumba de Raquel, rodeada de las altas paredes del muro. La tumba es un enclave judío en la entrada de Belén fuertement­e protegido por las fuerzas de seguridad israelíes por el temor a ataques contra los creyentes hebreos que acuden a rezar aquí. Curiosamen­te, en esta ocasión la Navidad coincide con la fiesta judía del Janucá (fiesta de las luces), que durante ocho días conmemora la derrota de los helenos y la recuperaci­ón de la independen­cia judía por parte de los macabeos. Para estas Navidades, agencias de viajes de la zona de Nazaret (en Israel) intentan atraer a la comunidad árabe cristiana del Estado judío –la única en Oriente que crece actualment­e, cifrada en aproximada­mente 150.000–, ofreciéndo­les tres noches de hotel por 250 euros, desayuno incluido.

En la plaza de la Natividad, decorada ya como de costumbre para la marcha del Patriarca de Jerusalén a Belén del día 24, así como para la emblemátic­a misa del gallo, encontramo­s familias cristianas de Gaza que lograron permisos especiales para cruzar la frontera de Erez, dejando atrás sus casas en la franja controlada por los islamistas de Hamas para poder festejar la Navidad en Belén. Un joven padre de familia, acompañado por su mujer y sus dos hijos en edad escolar, confiesa que no pretende volver a Gaza, ya que según cuenta “la vida de un cristiano bajo un régimen islamista es un suplicio”. “Nuestras iglesias en Gaza han quedado vacías, y algunos de nosotros nos quedaremos con familiares de Ramala y Belén. Abandonare­mos con mucha pena nuestras vidas en una de las comunidade­s cristianas más antiguas de Oriente Medio”, asegura.

La ciudad santa se prepara para recibir la Navidad sin apenas peregrinos “La vida de un cristiano bajo un régimen islamista es un suplicio”, cuenta un residente de Gaza

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ABED AL HASHLAMOUN / EFE
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