Putin, ¿el más poderoso?
La revista Forbes ha nombrado nuevamente al presidente ruso, Vladímir Putin, como el hombre más poderoso del planeta. No hay duda de que el presidente ruso habrá marcado el año 2016. Todo parece haberle salido bien. Donald Trump, que ha confesado su admiración por él, ha sido elegido para la presidencia de Estados Unidos, lo que debería permitir a Putin, que juzga que la política estadounidense es poco respetuosa con los intereses rusos, tener un socio en Estados Unidos en lugar de un líder que le resulta hostil. Su aliado, Bashar el Asad, que parecía tambalearse en su sillón hace cuatro años, continúa en su cargo y sus fuerzas acaban de recuperar la ciudad de Alepo, momento clave de la guerra civil siria. Además, los dirigentes ucranianos adversarios de Putin no han sabido levantar su país o combatir la corrupción que reina en él.
En el poder desde hace dieciséis años, Putin fascina y suscita los comentarios más contradictorios. Se beneficia de una cota de popularidad interna excepcional entre los rusos, que no se explica únicamente por el hecho de que controla en gran parte los medios de comunicación nacionales. Su población le reconoce el hecho de haber enderezado económicamente el país y de haber restaurado el prestigio internacional de Rusia.
En cambio, se le presenta de manera extremadamente negativa en los medios occidentales: como un tirano brutal y cínico, responsable principal de la degradación del clima internacional. Lo cierto es que no duda en emplear la fuerza en el momento en que los occidentales, después de los fracasos en Irak, Afganistán y Libia, se sienten paralizados ante la mera idea de adoptar esta vía. En una palabra, bien visible y fuerte, sobresale entre los demás dirigentes.
¿Es, sin embargo, el hombre más poderoso del mundo? Indudablemente, no. No hay que confundir visibilidad y poder. Rusia no representa más que el 10% del PIB estadounidense y los gastos militares rusos son inferiores en la misma proporción con respecto a los gastos militares estadounidenses. La denuncia de Washington y de la OTAN de la amenaza militar rusa es por lo menos un artificio propagandístico destinado a justificar su política. En cambio, es cierto que Putin tiene un poder de decisión casi absoluto en su país, mientras que el presidente estadounidense no tiene las manos completamente libres con respecto al Congreso, al Tribunal Supremo o a una opinión pública que relega cada vez más los asuntos mundiales.
El hombre más poderoso del mundo es, en realidad, el presidente chino, aunque no haga declaraciones sonadas. A la cabeza de un país con buena salud económica, goza igualmente de una gran adhesión de la población derivada del hecho mismo del éxito económico y del recuperado orgullo nacional. Por otra parte, China, a diferencia de Moscú y Washington, si bien aumenta de forma regular su fuerza militar, no se ha comprometido en operaciones exteriores que acaban por resultar costosas e incluso desastrosas para quienes las emprenden.
En efecto, Rusia se limita a conceder una ayuda limitada, en el marco de sus medios, a los independentistas de la región del Donbass. En Siria no se ha lanzado a importantes operaciones terrestres a gran escala sino que se ha concentrado en operaciones aéreas que no ponen en peligro la vida de los integrantes de sus fuerzas. Pero la victoria de Alepo, aunque consolida el régimen sirio, no consolida en absoluto a Siria. El país se halla destruido. Ya no tiene infraestructuras ni sistema educativo ni sanitario y desde luego carece de actividad económica.
El escenario de Grozni en Chechenia –se destruye todo y se reconstruye a continuación a fin de obtener la adhesión de la población– no podrá reproducirse en este caso, pues Rusia, sencillamente, no tiene
En el poder desde hace dieciséis años, Putin fascina y suscita los comentarios más contradictorios
los medios para reconstruir Siria. Incluso si los combates se detuvieran hoy, haría falta un periodo de treinta años para que Siria recobrara su nivel del 2011.
La victoria de las tropas gubernamentales sirias en Alepo es, en gran parte, una figura de efecto. Rusia no podrá, ni siquiera con la complicidad de Irán, controlar eternamente con su propio esfuerzo el régimen de Bashar el Asad. Sería menester, pues, que Putin aprovechara su victoria y la posición de fuerza que posee en la actualidad para buscar una solución política. ¿Sabrá hacerlo? Si no es el caso, los límites de su poder serán visibles con rapidez.