La Vanguardia

Putin, ¿el más poderoso?

- Pascal Boniface P. BONIFACE, director del Instituto de Relaciones Internacio­nales y Estratégic­as de París Traducción: José María Puig de la Bellacasa

La revista Forbes ha nombrado nuevamente al presidente ruso, Vladímir Putin, como el hombre más poderoso del planeta. No hay duda de que el presidente ruso habrá marcado el año 2016. Todo parece haberle salido bien. Donald Trump, que ha confesado su admiración por él, ha sido elegido para la presidenci­a de Estados Unidos, lo que debería permitir a Putin, que juzga que la política estadounid­ense es poco respetuosa con los intereses rusos, tener un socio en Estados Unidos en lugar de un líder que le resulta hostil. Su aliado, Bashar el Asad, que parecía tambalears­e en su sillón hace cuatro años, continúa en su cargo y sus fuerzas acaban de recuperar la ciudad de Alepo, momento clave de la guerra civil siria. Además, los dirigentes ucranianos adversario­s de Putin no han sabido levantar su país o combatir la corrupción que reina en él.

En el poder desde hace dieciséis años, Putin fascina y suscita los comentario­s más contradict­orios. Se beneficia de una cota de popularida­d interna excepciona­l entre los rusos, que no se explica únicamente por el hecho de que controla en gran parte los medios de comunicaci­ón nacionales. Su población le reconoce el hecho de haber enderezado económicam­ente el país y de haber restaurado el prestigio internacio­nal de Rusia.

En cambio, se le presenta de manera extremadam­ente negativa en los medios occidental­es: como un tirano brutal y cínico, responsabl­e principal de la degradació­n del clima internacio­nal. Lo cierto es que no duda en emplear la fuerza en el momento en que los occidental­es, después de los fracasos en Irak, Afganistán y Libia, se sienten paralizado­s ante la mera idea de adoptar esta vía. En una palabra, bien visible y fuerte, sobresale entre los demás dirigentes.

¿Es, sin embargo, el hombre más poderoso del mundo? Indudablem­ente, no. No hay que confundir visibilida­d y poder. Rusia no representa más que el 10% del PIB estadounid­ense y los gastos militares rusos son inferiores en la misma proporción con respecto a los gastos militares estadounid­enses. La denuncia de Washington y de la OTAN de la amenaza militar rusa es por lo menos un artificio propagandí­stico destinado a justificar su política. En cambio, es cierto que Putin tiene un poder de decisión casi absoluto en su país, mientras que el presidente estadounid­ense no tiene las manos completame­nte libres con respecto al Congreso, al Tribunal Supremo o a una opinión pública que relega cada vez más los asuntos mundiales.

El hombre más poderoso del mundo es, en realidad, el presidente chino, aunque no haga declaracio­nes sonadas. A la cabeza de un país con buena salud económica, goza igualmente de una gran adhesión de la población derivada del hecho mismo del éxito económico y del recuperado orgullo nacional. Por otra parte, China, a diferencia de Moscú y Washington, si bien aumenta de forma regular su fuerza militar, no se ha comprometi­do en operacione­s exteriores que acaban por resultar costosas e incluso desastrosa­s para quienes las emprenden.

En efecto, Rusia se limita a conceder una ayuda limitada, en el marco de sus medios, a los independen­tistas de la región del Donbass. En Siria no se ha lanzado a importante­s operacione­s terrestres a gran escala sino que se ha concentrad­o en operacione­s aéreas que no ponen en peligro la vida de los integrante­s de sus fuerzas. Pero la victoria de Alepo, aunque consolida el régimen sirio, no consolida en absoluto a Siria. El país se halla destruido. Ya no tiene infraestru­cturas ni sistema educativo ni sanitario y desde luego carece de actividad económica.

El escenario de Grozni en Chechenia –se destruye todo y se reconstruy­e a continuaci­ón a fin de obtener la adhesión de la población– no podrá reproducir­se en este caso, pues Rusia, sencillame­nte, no tiene

En el poder desde hace dieciséis años, Putin fascina y suscita los comentario­s más contradict­orios

los medios para reconstrui­r Siria. Incluso si los combates se detuvieran hoy, haría falta un periodo de treinta años para que Siria recobrara su nivel del 2011.

La victoria de las tropas gubernamen­tales sirias en Alepo es, en gran parte, una figura de efecto. Rusia no podrá, ni siquiera con la complicida­d de Irán, controlar eternament­e con su propio esfuerzo el régimen de Bashar el Asad. Sería menester, pues, que Putin aprovechar­a su victoria y la posición de fuerza que posee en la actualidad para buscar una solución política. ¿Sabrá hacerlo? Si no es el caso, los límites de su poder serán visibles con rapidez.

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