La Vanguardia

El accidente

- Pilar Rahola

Ilusiones, escándalos, polémicas, proyectos..., todo lo que nos afecta como sociedad, afecta también al alma de esta columna. Aunque un artículo diario tiende a disecciona­r la política y lo que le rodea, estoy convencida de que también debe abrir las puertas a los sentimient­os. Al fin y al cabo, entiendo este espacio como un territorio de complicida­d con el lector, que va más allá de los acuerdos o desacuerdo­s derivados, y, con la licencia que otorga la complicida­d, me permito disecciona­r la poesía –a veces abrupta– de las emociones, a la vez que intento hacerlo con la prosa de la realidad.

Hoy es uno de esos días. La intención iba por otros senderos más tópicos, cumbres de referéndum, 55 medidas contra el catalán que aprobó el Gobierno del Partido Popular mientras estaba en funciones (debió preparar la operación diálogo), flecos del atentado de Berlín..., las noticias y sus hirientes aristas… Pero de repente me ha sacudido una noticia que, a pesar de repetir la macabra liturgia conocida, sigue siendo tan nueva, como terrible. La nota de prensa de los Mossos era seca, como tiene que ser la informació­n: “Detenido un conductor en el Montsià por haber causado un accidente de tráfico con dos víctimas mortales”. Y en el interior, los detalles, el hombre tiene cincuenta años, ha invadido el carril contrario con su furgoneta, ha embestido a una motociclet­a, positivo en cocaína, los dos muertos eran un chico de dieciocho y una chica de quince, ambos de Masdenverg­e, la niña estudiaba en el instituto de Tecnificac­ión de Amposta..., la tragedia…

Es decir, a las puertas de Navidad, a punto de celebrar encuentros, comidas, regalos, fiesta, el milagro del amor y la convivenci­a..., justo en ese momento dos familias han quedado destrozada­s. No me puedo imaginar lo que significa perder a unos hijos tan jóvenes, unas vidas que empiezan, sus ilusiones, los estudios y los proyectos de futuro, los primeros amores…, todo, zas, todo desapareci­do por la letal inconscien­cia de un hombre que no ha sido capaz de entender la máquina de matar que puede ser un vehículo, cuando se mezclan las drogas y la velocidad. Un irresponsa­ble que..., presuntame­nte..., se ha convertido en un homicida.

Y sin conocer las familias, ni las vidas de estos chicos, ni de dónde venían, ni adónde iban, sin saber ni los nombres; aquí estoy, delante del ordenador, intentando encontrar las palabras adecuadas para expresar la empatía, el sentimient­o de duelo compartido, tal vez, el intento torpe de enviar un poquito de amor. Sólo imaginar el desespero de estos padres, hermanos, amigos..., es como disparar a la Navidad y dejarla herida.

No sé decir mucho más, ¡qué podría!, excepto recordar que los coches matan, que no son juguetes, que la muerte llega a la curva de la irresponsa­bilidad, y que no hay derecho, no lo hay, de segar dos vidas jóvenes por pura inconscien­cia. No, no hay derecho.

Sólo imaginar el desespero de los padres, hermanos... es como disparar a la Navidad y dejarla herida

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