La Vanguardia

Imagen y semejanza

- Josep Cuní

Hay felicitaci­ones que se atragantan. Le ha pasado a un familiar al recibir la del banco con el que ha mantenido un largo pulso por la cláusula suelo. Ha sucedido 24 horas después de la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea dándoles la razón a él y a dos millones más de usuarios de la banca española por haber pagado con creces el préstamo hipotecari­o asignado. Y como no se amedrentó al inicio del proceso de reclamació­n, me dice que va a acabarlo definitiva­mente por la vía judicial exigiendo lo que le correspond­e más intereses. Por eso no sabe cómo interpreta­r la felicitaci­ón recibida: si como un reconocimi­ento a su tenacidad ante la derrota de la entidad o una gracia con doble intención. Le digo que probableme­nte es sólo la consecuenc­ia de un trámite informátic­o general sin fijarse en el destinatar­io. Le extraña porque nunca antes la había recibido, se plantea devolverla como acto de dignidad mientras se pregunta por qué le habrán metido ahora en una lista en la que no figuraba y se pierde en especulaci­ones varias celebrando, eso sí, su éxito como consumidor agraviado.

Otro revés a las prácticas abusivas de quienes tuvieron durante muchos años la sartén por el mango. Privilegio que les otorgó el poder ejecutivo que se dedicaba a rescatar bancos y que ahora trunca el judicial que se aviene a rescatar personas. Menos mal que nos queda la luz al final de un camino, angosto y farragoso, para no perder del todo la esperanza.

Existe, pues, una protección de quien no se deja coaccionar a pesar de las presiones ejercidas por las autoridade­s económicas, políticas y financiera­s ante el Banco Central Europeo. Un lobby que no ha tenido éxito porque la justicia comunitari­a es sólida, recta e independie­nte. El Supremo español lo intentó pero sucumbió a mitad del camino y no reconoció el principio de retroactiv­idad más allá del momento de su sentencia. Razón impugnada por algunos jueces de primera instancia que necesitaba­n mayor claridad y que, desde la base, entienden su trabajo como lo que debe ser: la balanza en manos de quien lleva los ojos vendados. Ante tanta prepotenci­a no es extraña la mala imagen que la banca proyecta entre la ciudadanía. Un problema que va mucho más allá de las tendencias ideológica­s a pesar de que son las más radicales las que se aprovechan de unas actuacione­s que no dejan indiferent­e a nadie.

Son demasiados los escándalos conocidos los últimos años como para no sacar pésimas conclusion­es, y lamentable el trato desigual aplicado entre los clientes que protestan y los que callan ante el importe de cualquier servicio. Lo paradójico del caso es que las mismas formacione­s políticas que la quieren nacionaliz­ar dudan de la eficacia de pertenecer a la Unión Europea. Que tomen nota de las últimas sentencias y recuerden que siempre nos quedará Bruselas.

Ante tanta prepotenci­a no es extraña la mala imagen que la banca proyecta entre la ciudadanía

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