Imagen y semejanza
Hay felicitaciones que se atragantan. Le ha pasado a un familiar al recibir la del banco con el que ha mantenido un largo pulso por la cláusula suelo. Ha sucedido 24 horas después de la sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea dándoles la razón a él y a dos millones más de usuarios de la banca española por haber pagado con creces el préstamo hipotecario asignado. Y como no se amedrentó al inicio del proceso de reclamación, me dice que va a acabarlo definitivamente por la vía judicial exigiendo lo que le corresponde más intereses. Por eso no sabe cómo interpretar la felicitación recibida: si como un reconocimiento a su tenacidad ante la derrota de la entidad o una gracia con doble intención. Le digo que probablemente es sólo la consecuencia de un trámite informático general sin fijarse en el destinatario. Le extraña porque nunca antes la había recibido, se plantea devolverla como acto de dignidad mientras se pregunta por qué le habrán metido ahora en una lista en la que no figuraba y se pierde en especulaciones varias celebrando, eso sí, su éxito como consumidor agraviado.
Otro revés a las prácticas abusivas de quienes tuvieron durante muchos años la sartén por el mango. Privilegio que les otorgó el poder ejecutivo que se dedicaba a rescatar bancos y que ahora trunca el judicial que se aviene a rescatar personas. Menos mal que nos queda la luz al final de un camino, angosto y farragoso, para no perder del todo la esperanza.
Existe, pues, una protección de quien no se deja coaccionar a pesar de las presiones ejercidas por las autoridades económicas, políticas y financieras ante el Banco Central Europeo. Un lobby que no ha tenido éxito porque la justicia comunitaria es sólida, recta e independiente. El Supremo español lo intentó pero sucumbió a mitad del camino y no reconoció el principio de retroactividad más allá del momento de su sentencia. Razón impugnada por algunos jueces de primera instancia que necesitaban mayor claridad y que, desde la base, entienden su trabajo como lo que debe ser: la balanza en manos de quien lleva los ojos vendados. Ante tanta prepotencia no es extraña la mala imagen que la banca proyecta entre la ciudadanía. Un problema que va mucho más allá de las tendencias ideológicas a pesar de que son las más radicales las que se aprovechan de unas actuaciones que no dejan indiferente a nadie.
Son demasiados los escándalos conocidos los últimos años como para no sacar pésimas conclusiones, y lamentable el trato desigual aplicado entre los clientes que protestan y los que callan ante el importe de cualquier servicio. Lo paradójico del caso es que las mismas formaciones políticas que la quieren nacionalizar dudan de la eficacia de pertenecer a la Unión Europea. Que tomen nota de las últimas sentencias y recuerden que siempre nos quedará Bruselas.
Ante tanta prepotencia no es extraña la mala imagen que la banca proyecta entre la ciudadanía