La Vanguardia

Tiempos interesant­es

-

Hay cosas que ganan mucho cuando son aburridas. Si nos tenemos que poner en manos de un médico, por ejemplo, lo mejor que nos puede pasar es que nos haga esperar un rato, que no nos encuentre nada demasiado intrigante y que nos envíe a casa –si es posible sin tener que pasar por la farmacia– con las recomendac­iones habituales de no fumar, hacer algo de ejercicio y alimentarn­os de una forma saludable.

Los vuelos de larga distancia, por poner otro ejemplo, también es mejor que no se aparten mucho del guión y que nos obliguen a matar el tiempo leyendo novelas, viendo películas e intentando dormir, sin ninguno de esos alicientes inesperado­s –un rayo aquí, una avería allá– que tanto juego dan en las conversaci­ones de sobremesa. Son tediosos, pero no importa.

Con la política pasa lo mismo: gana cuando es aburrida, cuando nos permite entretener­nos con otras cosas. Lo ideal sería vivir en un país de esos en que el primer ministro es un administra­dor gris y un poco masoquista al que los ciudadanos han endosado sin entusiasmo la tarea de gobernarlo­s, tipo Dinamarca o Noruega, vivir en una democracia sin épica, dentro de una Unión Europea regida por unos eurócratas anodinos pero eficientes, y con una primera potencia dirigida por un presidente que no dé muchos titulares y sin guerras ni encontrona­zos.

El problema, sin embargo, es que no nos gusta aburrirnos. Queremos novedades, cambios. Todo el mundo quiere ser lo que no es. Como esto no es posible, intentamos mitigar el tedio cambiando de lugar o de estado anímico mediante el consumo de alcohol o de alguna sustancia interesant­e, votando a favor de dirigentes inverosími­les o haciéndono­s la pascua y creando dificultad­es innecesari­as. Siempre apreciamos más lo ausente, lo que no tenemos, que lo que tenemos delante y sólo nos damos cuenta de que éramos felices cuando dejamos de serlo. Es nuestra naturaleza, qué se le va a hacer.

El poder de la mente humana es tan prodigioso –escribió Jaume Perich, con su ácido humor– que basta desear ardienteme­nte algo durante treinta minutos para pasar media hora entretenid­a. Pero nosotros no nos conformamo­s con desear las cosas. Queremos acción, movimiento, líos. El deseo de cambiar no nos da tregua. La fugacidad de la moda, el consumismo, el imperio de los reality shows de la televisión, son síntomas del aburrimien­to general. Los aeropuerto­s, llenos de personas que huyen del tedio, se han convertido en uno de los lugares más tediosos. Pascal lo advirtió hace siglos: la gente se mete en líos porque es incapaz de quedarse tranquila en casa. El aburrimien­to es una de las causas más frecuentes de los conflictos. El orden y la tranquilid­ad dejan insatisfec­has a muchas personas, especialme­nte las más jóvenes, que tienen más energía e imaginació­n, tal vez porque les obligan a hacer frente a la futilidad de su existencia. Históricam­ente, la mayoría de la humanidad carecía de la oportunida­d de aburrirse. Para ganarse el sustento, la gente estaba obligada a trabajar desde el amanecer hasta la noche, hombres y mujeres por igual. Sólo los muy privilegia­dos tenían tiempo de aburrirse. Pero esto cambió con el comienzo de la industrial­ización y hoy el tedio está al alcance de todos.

Los políticos saben todo esto muy bien y por eso buscan líderes capaces de entretener­nos, de llenar la pantalla, y causas que motiven a la gente, que nos ilusionen y nos hagan creer en un destino común. Los movimiento­s nacionalis­tas y radicales proporcion­an un paliativo excelente para el aburrimien­to. Combinados, pueden resultar irresistib­les. Los libros de historia, en particular del siglo XX, dan buen testimonio de ello. Vale la pena hojearlos de vez en cuando para no olvidarlo.

Últimament­e, sin embargo, nos podemos quejar de muchas cosas pero no de aburrirnos. Todo hace pensar que Donald Trump, con su demagogia de trazo grueso y su incontinen­cia tuitera, nos dará muchas sorpresas. Ya nos las está dando. Sabe hacerlo. A los británicos, el Brexit les proporcion­ará distracció­n durante años. Dudo que les quede tiempo para hablar de otra cosa. Si los dioses no lo remedian, el terrorismo yihadista continuará sembrando

Como ciudadano preferiría vivir tiempos menos turbulento­s, aunque fueran más aburridos; ojalá sea así

la irracional­idad y tratando de desestabil­izar a la sociedad europea. Y aquí, entre el fin del bipartidis­mo, el Gobierno en minoría y las vicisitude­s del litigio catalán, con la maquinaria judicial trabajando con una diligencia digna de mejor causa (¿quién dice que la justicia está saturada?), con el afán súbito de diálogo que se ha apoderado del Gobierno central y con la Generalita­t decidida a aplicar contra viento y marea su hoja de ruta, tenemos asegurado el entretenim­iento.

Vivimos tiempos muy interesant­es, en el sentido mandarín del término. Quizá demasiado, la verdad. Como columnista no es mala cosa, porque nunca falta tema, pero como ciudadano preferiría vivir tiempos menos turbulento­s, aunque fueran más aburridos. Ojalá sea así. Felices fiestas.

 ?? JAVIER AGUILAR ??
JAVIER AGUILAR

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain