El mar como símbolo
El pueblo hebreo residía tierra adentro, razón por la que su concepción del mar se relacionaba con el caos, el riesgo y el peligro. El mar de Galilea, también llamado Tiberíades, es un lago de agua dulce que tiene unos 21 km de largo y 13 de ancho, y se halla a unos 212 m bajo el nivel del Mediterráneo, lo que le da un clima semitropical. En la parte occidental del lago, la más poblada, fue donde Jesús desarrolló buena parte de su ministerio: en sus orillas realizó multitud de curaciones
(Mt 15,19-29); caminó sobre el agua (Mt 14,2533) y en medio de una tempestad mandó a las olas que se calmaran (Mt 8,23).
Pero los Evangelios destacan también cómo fue en las costas de este mar donde Jesús llamó a seguirle a Pedro, Santiago y Juan (Lc 5,4-11). Fue allí donde los tres pescadores recibieron la invitación de Jesús para pasar a ser pescadores de hombres, es decir, para
pescar en el la zona del caos, el riesgo y del peligro a quienes se dedicarían a sembrar el orden, la bienaventuranza y la bondad. De forma metafórica el mar, símbolo de caos y de misterio, se convierte así en el lugar de origen de
quienes pasarán a la luz y al orden según los designios del Dios que predica Jesús.
Las narraciones de la vocación personal y los lugares geográficos en que ocurren denotan en la Biblia cómo el Dios único, que trasciende la historia, se acerca a un individuo, imbuido en el tiempo y el espacio, y se fija en él para hacerlo parte de su plan, pese a las inmensas limitaciones que pueda tener. En el caso del llamamiento de los primeros discípulos de Jesús en el mar de Galilea, conllevará que sean los encargados de transmitir el mensaje y el ejemplo de Jesús por todo el mundo, a menudo pagando el precio de su propia vida.