Marina y José Manuel, visión transparente
Marina Benedicto, estudiante de Farmacia, 20 años, es una de las receptoras de córneas procedentes de las salas de autopsia. Una de las suyas se destruyó por culpa de una contaminación muy grave de las lentillas, “una de las causas frecuentes para acabar en un transplante”, explica Tomás Martí, responsable de los transplantes de córnea en el hospital de Bellvitge. Su infección fue causada por una ameba muy difícil de eliminar. “Me fui quedando sin visión y seguí un tratamiento muy agresivo que me impidió seguir estudiando. No podía dormir”, recuerda Marina. Cuando eliminaron el parásito, le transplantaron la córnea y le operaron de catarata y de glaucoma. Sufrió un rechazo, algo que solo ocurre cuando la córnea está tan deteriorada que acaba teniendo vasos sanguíneos. Y un nuevo transplante hace poco más de un mes, “pero esta vez no de toda la córnea, solo de la parte que no iba bien, la interna, la endotelial, la responsable de ir poco a poco devolviéndole la transparencia”, explica el oftalmólogo de Bellvitge. Los bancos de tejidos son capaces ahora de procesar las córneas para utilizar solo la capa que se necesita, la exterior o la interna, en cada caso. José Manuel Veiga, 43 años, mozo de almacén y conductor de camionetas y toros, tenía falta de células en su córnea, un problema de origen genético que hace once años le llevó al transplante ante la pérdida de visión “y una calidad de vida horrible”. Recuperó la visión pero la enfermedad se reprodujo siete años después. Un nuevo trasplante, esta vez del nuevo circuito que extrae este tejido en la sala de autopsias, “me permite conducir, trabajar, ver a mis hijos, todo gracias a esos donantes”.