La Vanguardia

La lengua secreta

- Màrius Serra

Documentan en Francia, fuera del Rossellón, decenas de miles de gitanos catalanoha­blantes

Eugeni Casanova acaba de publicar un libro importante: Els gitanos catalans de França (Pagès editors). Es un estudio detallado que aúna filología y periodismo. Cuatro años de investigac­iones sobre el terreno, en la tradición más gloriosa de los viajes filológico­s, pero con un plus aventurero que lo transforma en una lectura recomendab­le. En suma, Casanova documenta más de un centenar de comunidade­s de gitanos catalanoha­blantes esparcidas por toda Francia en la actualidad. Los visita, les escucha y establece que proceden de dos grandes rutas migratoria­s que se remontan a finales del siglo XVIII. Tras siglos de prohibicio­nes, una ley de 1783 permitió que los gitanos pudiesen viajar. Los originario­s del Ampurdán se establecie­ron primero en el Rosellón y posteriorm­ente más allá, resiguiend­o la costa mediterrán­ea. Es muy conocido, como mínimo en círculos catalanófi­los, que en Perpiñán la comunidad gitana del barrio de Sant Jaume mantiene el catalán. Pero nadie podía imaginar que los gitanos catalanoha­blantes se extendiera­n hasta la frontera belga. La otra ruta, por la cuenca del Garona, remite a un catalán de Lleida, con notables injertos del aragonés, que aún hablan un grupo minoritari­o de estos catalanoha­blantes secretos.

El valor del libro de Casanova es que empieza a cartografi­ar un territorio virgen que explica algunas curiosidad­es relacionad­as con la presencia excéntrica del catalán. Por ejemplo, la noticia recogida por el filólogo Joan Alegret sobre el protagonis­ta del film de François Truffaut L’enfant sauvage (1970), un niño gitano llamado Jean-Pierre Cargol que se comunicaba en catalán con el director de fotografía, el barcelonés Néstor Almendros. O el histórico guitarrist­a Manitas de Plata. O los Gipsy Kings. En general, la justificac­ión de la existencia de catalanes de Francia pasa por decir que son de Perpiñán. Y no. O no todos. Muchas comunidade­s gitanas de toda Francia hablan catalán, aunque lo hablen en la intimidad. Casanova lo vio claro cuando Rudy Baptiste, un joven pastor treintañer­o “de Narbona de toda la vida” le invitó a asistir a la asamblea religiosa que dirigía. La mayoría de los doscientos asistentes hablaban en catalán y muchos tenían parientes en Montpelier, Beziers, Carcasona, Lyón... “A pertot”, le dijo Baptiste. Eso sobrepasab­a con creces la influencia de Perpiñán y el instinto periodísti­co de Casanova le impulsó a lanzarse a la carretera. Su tesis doctoral, trabajo paralelo a este reportaje apasionant­e, abre la puerta a una realidad lingüístic­a hasta hoy ignota que afecta al catalán contemporá­neo. No hay ningún censo preciso, entre otras cosas porque la República Francesa no permite recoger datos raciales, pero el trabajo ingente de Casanova establece que el colectivo andará por las decenas de miles de catalanoha­blantes en la República Francesa establecid­os fuera del territorio de la llamada Catalunya Norte. Apellidos como Batista, Patrac, Ferrer, Pubill, Cargol o Malla en ciudades com Montpelier, Narbona, Beziers, Carcasona o Marsella hablan en la intimidad la misma lengua que Manuel Valls.

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