Muere el Cosmos
El mallorquín Bover busca equipo tras la desaparición del club, un mito de Nueva York
Nunca otro habrá otro Pelé. Mi madre y mi padre cerraron la fábrica y rompieron el molde. Soy único e irrepetible Pelé
Cuando le llamó el Cosmos, hace un par de años, Rubén Bover sabía muy bien dónde se estaba metiendo. ¡Le fichaba el Cosmos! Así que no se lo pensó. Cogió los bártulos y se mudó de barrio. Dejó atrás los Red Bulls de Nueva Jersey y se fue a Long Island, apenas unos pocos kilómetros más allá. Allí le esperaban Raúl y Marcos Senna. Ese es el escenario, la cosmogonía del Cosmos. Fue un grande en los setenta. Por allí pasaron Pelé, Beckenbauer, Cruyff, Neeskens, Rivelino, Carlos Alberto y Chinaglia.
Recuerdo muy bien el adiós de Pelé. Fue en el Giants Stadium. Había 40.000 espectadores. Hubo un amistoso entre el Santos y el Cosmos. Los dos equipos de Pelé. El astro jugó una parte con cada uno de ellos. El Cosmos era un fabuloso cementerio de elefantes. Luego se quebró. Ocurrió en 1985: no salían las cuentas. No supimos más del Cosmos hasta el 2010. Entonces renació, acaso con una vocación más conservadora. Lo hizo acomodándose en la NASL, que en esos tiempos se encontraba un paso por detrás de la MSL (Major Soccer League). El Cosmos ganó el título en varias ocasiones. Tomó impulso. Fichó a Raúl y a Marcos Senna. Aspiraba a recuperar un papel mediático. Con ambos astros en su once, lo logró parcialmente. Así llegó allí Rubén Bover. –El Cosmos: cualquier amante del fútbol tiene que haber oído hablar de él, ¿verdad? –me dice.
Hablamos por teléfono. Bover está ahora en Mallorca, donde nació y donde vive la familia. Esperando llamadas. –A ver qué sale –me dice. Me confirma que el Cosmos ha muerto.
Cuenta que lo han gestionado muy mal:
–Querían venderlo, pero no sabían muy bien a quién. Los dueños no llegaron a ningún acuerdo y prefirieron cubrirse las espaldas, en vez de pensar en los jugadores y en los aficionados. Dicen que nos pagarán el último mes, más las primas que nos deben. Al menos, nosotros hicimos nuestro trabajo. –¿Qué trabajo? –Ganamos la Soccer Bowl, la última final de la NASL. Piense que en ese momento llevábamos tres meses sin cobrar.
–¿Tres meses sin cobrar...? No me lo hubiera imaginado. Claro, es que era el Cosmos. A finales de los setenta, el soccer pintaba mucho en la vida de los neoyorkinos. El Cosmos se abría paso en el mercado estadounidense, cada vez más televisivo y marketinizado. Jugaba en el estadio de los Yankees.
“Todos los jugadores del mundo querían venir al Cosmos”, contaba Santiago Formoso, delantero gallego que jugó con aquellos, con los astros: “Incluso compartí habitación con Pelé. Él no hablaba inglés. Pero su portugués y mi gallego cubrían el vacío...”.
–¿Y usted compartió habitación con Raúl? –le pregunto a Rubén Bover. Dice que no. Habitación, no. Pero sí mesa y mantel. –A veces nos íbamos a Nueva York y cenábamos. A su lado viví momentos que nunca me hubiera imaginado. Y no se crea. Era un tipo popular, pero podía moverse por la ciudad con cierta soltura.
–Usted era el centrocampista organizador, zurdo hasta las trancas. Raúl estaba arriba. Él era un profesional en el final de su carrera. Usted tenía hambre. Si había que vocear, ¿le voceaba?
–En el campo tienes que hablar con todos. Hay comunicación, compañerismo. Nos decimos cosas, siempre desde el respeto. –¿Y él? –Si había que dar algunas voces, me las daba. –¿Y cómo llegó usted al soccer? –Antes pasé por Inglaterra. Tenía 16 años. Jugaba en La Salle de Palma. Se proyectaba como futbolista. Aunque en las Baleares las oportunidades escasean.
–A lo mejor no le hubiese entrado a alguien por el ojo –dice.
Tenía que probar suerte. O en la península, o en Inglaterra.
–Mis padres me dijeron que volara a Inglaterra. Que así me espabilaría con el inglés.
A los 17 años estaba en un equipo menor, el Kidderminster Harriers. A 25 kilómetros de Birmingham. Se entrenaba por las mañanas y estudiaba por las tardes. Era todo un centrocampista ofensivo. –¿A lo Xavi? –Hombre, ojalá hubiera tenido la calidad de Xavi. Se hizo un hombre. –Me hice un hombre. Y a los seis meses le descubrió un ojeador. Así llegó al Charlton.
–Había gente española, me sentía más cómodo. Pasé allí dos años y medio.
Luego voló a Nueva Jersey. Al Red Bulls. Allí se esfumaron otros dos años.
Hasta el Cosmos, donde todo iba bien. Vivía en Long Island, un pueblo tranquilo, cerca de las instalaciones del club. Cobraba una pasta y tenía cubierto el coche y la casa. 15.000 espectadores iban a verle. Asistió en vivo a las despedidas de Raúl y Senna.
Lució la camiseta que en su día había llevado Pelé.
–He vivido mucho, para lo joven que soy.