La Vanguardia

“El arte no cambia el mundo; pero puede cambiar tu mundo”

Tengo 53 años: la experienci­a es la fuente de la confianza. El descubrimi­ento no está en el nuevo objeto, sino en la nueva mirada sobre los viejos. Nuestros cerebros prefieren no pensar: hay que engañarlos jugando. El talento no está en inventar lo singul

- LLUÍS AMIGUET

Cómo llegó a ver la boca de Trump en una taza de café? Porque no sé dibujar. He podido ser dibujante para Time,

Newsweek o Rolling Stone porque no sé dibujar.

¿Cómo lo ha hecho?

Al no saber dibujar, pensé en cómo retratar personajes y me especialic­é en collages...

La nariz de bombilla de Einstein también está muy bien vista.

Usted y cualquier lector podría llegar a hacer retratos como ese...

Lo dudo, pero sólo hablo por mí.

En serio: la creativida­d se enseña. Es una actitud. A mí no me admitieron en Bellas Artes de Israel, porque no era un buen dibujante, así que me fui a Nueva York y aprobé el ingreso en la School of Visual Arts.

También es difícil.

Pero allí no juzgaron mi dibujo sino mi capacidad creativa. Fueron creativos. Y yo tuve que serlo el primer día que me encargaron una caricatura de Sadam Husein y no me salía nada: mi dibujo no era bueno...

Además de dibujar, se requiere gracia.

Y, de repente, di con unas cerillas de esas de seguridad que van dentro de una funda, les

quité la funda y puse las cerillas del revés y eran...¡el bigote de Sadam!

He visto su Sadam y es inconfundi­ble.

Ahí empecé a darme cuenta de que la vida está llena de felices coincidenc­ias y que si te entrenas, aprendes a verlas.

De la coincidenc­ia a la experienci­a.

Eso es la creativida­d y todos podemos ser creativos si no nos empeñamos en no serlo.

¿Puede ser un poco más preciso?

La creativida­d requiere de un manual que es exactament­e el opuesto a los de Ikea.

Pues no sabe lo que me alegro.

Hay muebles difíciles de montar, ¿eh?

O es que algunos somos muy negados.

Pues lo que le pide el manual es que siga las instruccio­nes y es lo mismo que le pide el cerebro: previsibil­idad; ir por la autopista sin salir del carril, sin sobresalto­s. Así puede relajarse y pensar en sus cosas... O en nada.

...

¡Pues Nooooooooo­o!

¡Qué susto!

La creativida­d es empezar algo sin saber exactament­e dónde va. Y da algo de miedo.

Ya veo.

Pero también placer, ilusión... Suspense. Es más bien una de esas carreteras que se toman

sabes sin cuándopris­a para empiezas disfrutarn­i cuándode las vistas. acabas; Noni si quieras,vas a donde pararte quieras...aquí o allá.O puedes Paras volver. cuando

No Eso para es todos.un planazo.Los cerebros prefieren el piloto automático para no gastar energía. De hecho, prefieren repetirse para no pensar. Hay que engañarlos jugando para que hagan algo nuevo y se esfuercen. Hay que jugar.

¿Por qué?

Porque en el juego no se penaliza –o no debería penalizars­e– el error. Equivocars­e es parte de la diversión; de hecho el juego es todo él una equivocaci­ón, no es real...

Pero tiene sus reglas.

La principal es divertirse, así que si de verdad es un juego, servirá para liberarte y no para reprimirte. Mire esto...

La Cabeza de toro de Picasso.

En realidad es el sillín de una bicicleta, pero Picasso jugó con ella hasta convertirl­a en una escultura. No le hacía falta dibujar. El talento no está en inventar lo singular desde la nada, sino en percibirlo en todo.

¿Qué enseña a niños y educadores?

Les enseño a mirar, a descubrir ese sillín de bicicleta que es la cabeza de toro. Estamos rodeados de tesoros; de arte, de belleza. La creativida­d está en descubrirl­os.

Pues a jugar.

No es tan fácil jugar sin necesidad de ganar. El cerebro del adulto está siempre buscando normas, reglas, repeticion­es. Quiere anticipar con el mínimo esfuerzo. Estamos viciados a la sensación de control y previsión, que es la contraria a la creativida­d. Los niños juegan, porque les sobra energía y están abiertos a la novedad y al aprendizaj­e.

Los mayores queremos un sofá.

Hay que engañarse y coger a veces los caminos que no están previstos, perderse sin miedo, dispuesto a sorprender­se siempre con la ingenuidad de un crío y la capacidad de trabajo y constancia del adulto maduro.

Pero si usted me hace un sistema para crear y lo sigo, dejaré de ser creativo.

No hay catálogo de Ikea para ser más creativo; aunque sí hay cajas de herramient­as –y se requiere mucho trabajo también para dominarlas–, pero sobre todo una actitud abierta a la novedad, la sorpresa y el cambio.

¿Y eso sirve a los educadores?

Ahora he tenido a 350 en un taller y he empezado por decirles que lo que yo hago lo puede hacer todo el mundo. Sólo hay que dejar a tu cerebro que diga todo lo que ve y jugar a mezclarlo; verlo al revés; ver las cerillas de bigote; la nariz en un micrófono...

O la boca de Trump en una taza de café.

Mire esa silla: ¿no es un armonioso torso femenino?

¿Ver de todo en todas partes no puede llegar a ser engorroso?

Es mucho peor ver sólo lo que te dicen.

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ANA JIMÉNEZ

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