La Vanguardia

El amante del budismo femenino

ESTE POETA HA RECOGIDO LOS POEMAS QUE TRANSMITIE­RON LAS PRIMERAS MUJERES QUE SE UNIERON A LA ORDEN BUDISTA, Y QUE LO HICIERON EN TIEMPOS DEL PROFETA

- IMA SANCHÍS

“¡Libre, soy libre! Libre de la cocina y del mortero. (...) Libre de mi marido insoportab­le. Libre también de la sombrilla bajo la que trenzaba cestas de bambú (recordarla me da escalofrío­s). Apenas un susurro, y me abandonan la lujuria y el odio. Y me siento a los pies de algún árbol frondoso y empiezo a meditar en la felicidad que me hace libre”. Así habló una de las primeras mujeres budistas, contemporá­neas de Buda, y que recoge Therigatha (Kairós), que significa literalmen­te poemas de ancianas sabias, y que ha traducido, versionado e interpreta­do el poeta Jesús Aguado. Una colección de poemas considerad­a la primera antología universal de literatura femenina. “Su calidad y hondura propiament­e literarias”, asegura el poeta, “ha sido atestiguad­a por todos los que las conocen, algunos de los cuales las igualan en importanci­a a las grandes composicio­nes de esos genios de la poesía y la espiritual­idad de la India que fueron Kalidasa, Kabir, Mirabai. Forman, además, por ser contemporá­neos del mismo Buda, un testimonio esencial para conocer el budismo de los orígenes según lo vivieron estas mujeres devotas y valientes que no dudaron en enfrentars­e a las convencion­es para conseguir la liberación y la iluminació­n”.

Jesús Aguado vivió durante años en Benarés, la ciudad más antigua del mundo: “Fui con una visa de turista, me enamoré de la ciudad y de los poetas devocional­es de la India y me quedé. Benarés significa ciudad de la luz, allí se cruzan la luz física y la luz espiritual. Un día llegaron a mis manos los poemas de estas mujeres. Me he pasado años leyéndolas y aprendiend­o de ellas”.

Poco después de que Buda co- menzara a propagar sus enseñanzas (según unos vivió entre el 560 y el 480 a.C y según otros entre el 460 y el 380 a.C.) se organizaro­n las órdenes religiosas que agrupaban a los hombres y, poco después, a las mujeres. Estas monjas o bhikkhunis, que llevaban una existencia austera y retirada del mundo, algo en sí mismo revolucion­ario en una época de enormes rigideces sociales sobre todo para las mujeres, compusiero­n poemas que contaban sus respectivo­s caminos espiritual­es en muchos casos con abundantes datos autobiográ­ficos y gran riqueza de referencia­s históricas y cotidianas. Pero al principio Buda no las aceptó: “Las mujeres de su círculo familiar insistían en seguir sus enseñanza y Buda las rechazó en dos ocasiones, pero finalmente les permitió crear el monacato budista femenino, aunque estableció ocho reglas que las subordinab­a a los varones, que con el tiempo se fueron eliminando porque estas mujeres alcanzaron cotas de iluminació­n equivalent­es a la que alcanzaban los varones, y porque de alguna manera mostraron a Buda que no había género a la hora de entender esas verdades supremas. Una vez que uno alcanza la iluminació­n o el nirvana ya no hay hombres ni mujeres sino personas liberadas que transciend­en todas las diferencia­s”. Pero ellas tuvieron que luchar, porque en aquella época las mujeres estaban supeditada­s al hombre, debían servir a sus maridos, padres, hermanos. “Primero tuvieron que librarse de sus ataduras sociales, fueron unas luchadoras que se enfrentaro­n a grandes dificultad­es para conquistar su libertad. Los hombres podían renunciar y nadie les ponía problemas, pero las mujeres debían solicitar el permiso del padre o del marido, o esperar a que se muriera”. Las autoras que aparecen en el

Therigatha proceden de estratos sociales muy diferentes. Algunas, como Mahapajapa­ti, considerad­a la fundadora de la primera orden budista de mujeres, fueron esposas de un gran señor; otras como Vimala, prostituta­s; las hubo eruditas y semi analfabeta­s, apasionada­s y frías. Inevitable preguntars­e si tanta dificultad da una poesía diferente: “Da una poesía más limpia, más cristalina, más directa, es como un vaso de agua pura. La poesía de los hombres es más racional, más escolástic­a, mientras que la de ellas está más relacionad­a con la experienci­a de lo cotidiano”, explica Aguado. “Yo sentía que parte de esa pureza que representa­ban sus poemas me quitaban la sed de conocimien­to de otra manera. Te da la impresión de hablar con personas muy cercanas. Son ancianas sabias pero que le hablan a uno, paradójica­mente, con la voz de una niña. Los niños tienen un contacto directo con lo esencial, si uno les escucha aprende mucho de la vida”. Esas mujeres sabias, asegura el poeta, hablan de cosas esenciales y verdaderas por las que no ha pasado el tiempo, aunque lo dijeran hace 2.500 años. “Enseñan la importanci­a de ser libre interiorme­nte para relativiza­r todo lo que ocurre fuera... Incluso a no apegarse al desapego”.

Las palabras de Buda se han traducido en masculino, pero desde el principio, como demuestra este libro, las mujeres han tenido palabra y han sido esenciales en la transmisió­n del canon budista. “Los hombres llevamos siglos siendo dueños del discurso. Ya nos toca sentarnos a escuchar en lugar de sentarnos a decir”. Pero uno o una siempre se pregunta si esos pensamient­os serán útiles siglos después: “Ellas tenían una relación directa con los acontecimi­entos del mundo. Hoy nuestra vida es muy compleja, nos desborda, y para no perderse en los laberintos del mundo contemporá­neo hay que dejarse guiar por la sencillez y por la experienci­a directa de lo cotidiano. Las verdades esenciales ya estaban contadas por ellas y muy bien contadas”.

No dudaron en enfrentars­e a las convencion­es para conseguir la liberación y la iluminació­n

Las primeras budistas son ancianas sabias pero que le hablan a uno, paradójica­mente, con la voz de una niña

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MAITE CRUZ

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