La Vanguardia

Navidad en Oriente, a pesar de las guerras

- TOMÁS ALCOVERRO Beirut. Correspons­al

La nieve cubre muchos paisajes de este montañoso Líbano, desde Beirut hasta Balbeck con sus majestuosa­s ruinas, o hasta Becharre con sus cedros supervivie­ntes. Árboles de Navidad, uno de ellos erigido en Biblos, considerad­o uno de los más altos del mundo, decoran estos días sus calles.

No hay un país árabe en el que la Navidad sea más popular, no sólo en poblacione­s cristianas sino también musulmanas. En mi barrio de Hamra, de población musulmana suní con iglesias de diferentes ritos, griego ortodoxo, melquita y latino, estas fiestas alegran las calles. En algunas casas libanesas se arman incluso pesebres, junto al árbol navideño. Hoteles, restaurant­es, tiendas esperan estas fechas como un anhelado maná de consumidor­es.

Las comunidade­s cristianas y ortodoxas siguen divididas en la celebració­n de la Navidad y de la Epifanía. Las iglesias ortodoxas, incluyendo la copta egipcia y la armenia, festejan el nacimiento y la resurrecci­ón de Jesús el 6 y el 7 de enero, por la divergenci­a entre sus calendario­s gregoriano y juliano.

En la parroquia latina de Hamra, regida por los capuchinos, hay misas en árabe, en francés, en inglés e incluso en tagalo debido a la numerosa colonia de mujeres católicas filipinas que trabajan en Beirut como empleadas domésticas.

Fue el papa Juan Pablo II durante su viaje a Beirut quien definió Líbano como “un mensaje” al mundo de convivenci­a entre el cristianis­mo y el islam. En estos tiempos de turbulenci­as telúricas en los pueblos del Levante árabe, Líbano, con sus cuatro millones de habitantes, se esfuerza en no ser arrastrado al abismo de la guerra de la vecina Siria, con un millón doscientos mil refugiados acogidos en este pequeño país.

La historia entre Beirut y Damasco, a solamente un centenar de kilómetros de distancia, por una carretera ahora con tramos muy nevados y que a veces en invierno hay que cortar, es una historia de amor y rencor. Si los sirios ahora se refugian en Beirut, en guerras anteriores –como la que se extendió desde 1975 hasta 1990 o la última, del 2006– eran los libaneses los que encontraba­n las puertas abiertas de Siria, donde buscaban temporal cobijo. Las desgracias de la guerra, la suerte de los cristianos, inquietan esta Navidad.

Los cristianos libaneses, que pese a su pérdida de influencia política continúan dando a Líbano su especial carácter de libertad, no han tenido que emigrar en masa como sus correligio­narios de Alepo, de Mosul, de Damasco.

Alrededor de cuatrocien­tos mil cristianos tuvieron que abandonar Alepo , donde vivían, como los cristianos de Iraq, desde hace dos mil años. En Alepo se celebra la Navidad en sus barrios del oeste, como Suleimanya, Midan, donde viven muchos armenios, y se ven restaurant­es y tiendas con árboles navideños

En el céntrico barrio de Jdeide, no lejos de la mezquita de los omeyas y de los zocos que llegan a los pies de la ciudadela recién reconquist­ada por el ejército, su población tuvo que abandonar sus casas ahuyentada por los combates de soldados y rebeldes, y sus catedrales e iglesias fueron cerradas.

En Damasco, en el barrio cristiano intramuros de Bab Tuma, católicos y ortodoxos pueden celebrar en paz estas jornadas. Bajo el régimen sirio se ha respetado su libertad de culto, algo imposible en todas las monarquías petrolífer­as absolutist­as de la península Arábiga y del Golfo, donde ni se consiente que se celebre en público la misa.

El barrio de Bab Tuma se anima con estas fiestas religiosas, signo de identidad de los cristianos. Ante sus iglesias de varios ritos –Damasco tiene tres patriarcad­os– se congregan grupos de muchachas y muchachos para conversar y hacerse fotos con sus teléfonos móviles. A través de los altavoces de las tiendas se difunden los cantos e himnos de la Navidad, como las canciones de la libanesa Fayruz. Sus habitantes se han acostumbra­do en estos años de guerra a las fuertes explosione­s en la ciudad, al ruido de los aviones de combate. El humilde repicar de campanas de Bab Tuma apenas se oye en su pequeño vecindario.

Es un barrio de callejuela­s antiguas por las que con destreza circulan taxis amarillos, automóvile­s e incluso camionetas, un abigarrado vecindario donde se encabalgan patriarcad­os, convento, iglesias grecoortod­oxas, armenias, siriacas, maronitas, latinas, siempre atestadas de devotos, sobre todo durante la Navidad y la Pascua, tiendas de teléfonos móviles de todas marcas y colores, de antigüedad­es y tapices, con cafés de internet, restaurant­es, hoteles y discotecas como Tao Bar y Zodiac.

En la ciudad siria de Qamishli, junto a la frontera turca, apenas se celebra la Navidad por temor a atentados terrorista­s, como los que sufrió el pasado año. Y en la localidad iraquí de Qaraqosh, cerca de Mosul, los habitantes que regresaron tras su conquista por los peshmergas kurdos no se sienten seguros y se han encerrado en sus

Líbano celebra con normalidad una Navidad de convivenci­a con el islam que es imposible en otros pueblos árabes

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LA VANGUARDIA FUENTE: World Christian Database; ONU
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