La Vanguardia

La vida interior

- M. ALCÁZAR Barcelona

Cinco rondas de consultas en diez meses y la repetición de unas elecciones generales no era lo que Felipe VI esperaba para el 2016. Y, sin embargo, ese año “atípico”, según su propia definición, ha servido para constatar el alcance de unas funciones constituci­onales que, en teoría, limitan sus poderes al mínimo, pero lo colocan como custodio de la llave que abre y cierra el proceso de renovación del gobierno.

Al Rey, la interinida­d del gobierno en funciones y la incertidum­bre política le han hecho aún más cauto, y ya era mucha la cautela con la que siempre se ha enfrentado a los actos de su vida pública. Tras la primera ronda de consultas, un candidato a presidente (Mariano Rajoy) declinó la oferta del Rey a someterse a una sesión de investidur­a y, tras la segunda, a otro (Pedro Sánchez) le negaron la confianza de la Cámara, lo que, tras la tercera ronda de consultas, obligó al jefe del Estado, por primera vez desde que se aprobó la Constituci­ón, a disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones. Una situación inédita en democracia que a punto estuvo de repetirse tras las elecciones del 26-J, las segundas en seis meses. La crisis del PSOE tras la forzada dimisión de Pedro Sánchez como secretario general acabó por permitir a Rajoy obtener los votos necesarios en la segunda sesión de investidur­a tras haber fracasado en una primera ocasión y, por fin, se formó Gobierno. En el fútbol, el tiempo de posesión de la pelota puede ser básico para ganar el partido, pero en el juego constituci­onal, el Rey, a diferencia de las formacione­s políticas, la ha devuelto en cuanto ha podido para que rodara en las mesas de negociacio­nes de los pactos parlamenta­rios. El Rey no se puede equivocar para que no se cuestione su neutralida­d, aunque los partidos e incluso el gobierno en funciones hayan estado a punto de traspasar los límites de la lealtad institucio­nal. La interinida­d del ejecutivo limitó una de las funciones del jefe del Estado: la de asumir la más alta representa­ción en las relaciones internacio­nales y, de algún modo, la suspensión del viaje de Estado a Gran Bretaña fue consecuenc­ia directa de un tira y afloja entre la Moncloa y la Zarzuela.

La figura del Rey ha salido reforzada de la crisis política porque se ha puesto de relieve la esencia de una monarquía constituci­onal como factor de estabilida­d y neutralida­d en tiempos de zozobra política. El margen de maniobra del Rey en la vida política se limita a sus discursos y a sus gestos, pero sus mensajes no son cifrados. A lo largo del año ha pedido “diálogo, concentrac­ión y compromiso”, en repetidas ocasiones y foros, incluidos los que han tenido lugar en Catalunya, adonde este 2016 ha viajado en seis ocasiones en un clima de extrema cordialida­d institucio­nal. Felipe VI no ha hecho referencia directa al proceso, aunque ha abogado por la necesidad de “trabajar juntos por el bien común”. El pasado 11 de enero, la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, solicitó audiencia con el Rey para comunicarl­e el nombramien­to de Carles Puigdemont como presidente de la Generalita­t, pero la Zarzuela optó por el estricto cumplimien­to del protocolo, que únicamente exige la comunicaci­ón por escrito. Palabras y gestos.

La interinida­d del gobierno y la doble convocator­ia electoral han marcado el papel del Rey en el 2016

 ?? CASA DEL REY ?? Los Reyes, el pasado 17 de noviembre a su llegada a la solemne inauguraci­ón de la actual legislatur­a
CASA DEL REY Los Reyes, el pasado 17 de noviembre a su llegada a la solemne inauguraci­ón de la actual legislatur­a

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