Lola García Baile de pantallas
El president Puigdemont evitó el pasado viernes, durante la reunión del Pacte Nacional pel Referèndum, toda alusión a la unilateralidad y defendió una consulta pactada con el Gobierno central con el único objetivo de tender una trampa a Colau.
El jefe de Edición de La Vanguardia, Magí Camps, nos recuerda de vez en cuando que la palabra “cumbre” hay que reservarla para las reuniones de jefes de Estado o de Gobierno de carácter internacional. Durante estos últimos cinco años de proceso independentista han cundido las llamadas “cumbres” en las que se pretendía dar un salto adelante en ese objetivo. La del pasado viernes, que pasaremos a llamar reunión de trabajo –sin menoscabo de la épica que cada cual le quiera adjudicar–, acabó de forma curiosa, ya que en lugar de anunciar un nuevo hito en el proceso pareció retroceder dos pantallas, si se me permite recurrir a la metáfora que de forma tan fecunda instauró Francesc Homs cuando era portavoz del Govern. Veamos. Hubo un momento, pasado el 9-N y las elecciones consideradas plebiscitarias, que se anunció que el proceso estaba en la pantalla de la independencia y que la del referéndum había quedado atrás. Visto que la mayoría social en Catalunya prefería quedarse en la anterior antes que en una declaración de independencia sin más preámbulos, el Govern, con Carles Puigdemont al frente, reivindicó que había que regresar a la pantalla del “referéndum o referéndum”, es decir, pactado o unilateral, a celebrar en septiembre del 2017. Pero el viernes el propio Puigdemont anunció una campaña por el referéndum acordado y se olvidó del otro. ¿A qué se debe este baile de pantallas? ¿Es una marcha atrás?
Pudiera parecerlo. Durante la reunión del recién creado Pacte Nacional pel Referèndum, el president no habló en ningún momento de unilateralidad. Según algunos de los asistentes, insistió en que el acuerdo que allí se estaba forjando era para reclamar el referéndum pactado. Tanta prudencia tenía como único objetivo atraerse el respaldo de Ada Colau. Puigdemont estuvo sumamente deferente con la alcaldesa de Barcelona, que asistía por primera vez a una de estas “cumbres” (con perdón). Le pidió que tomara la palabra justo después que él y le cedió todo el protagonismo en la rueda de prensa posterior. Puigdemont salió satisfecho de la reunión. Había cumplido su objetivo de involucrar a los comunes en el proceso soberanista. Aunque el compromiso sólo atañe a la reclamación de un referéndum pactado, el president está convencido de que Colau ya ha caído en la tela de araña y que en los próximos meses se demostrará que su apuesta es inviable dada la negativa del Gobierno central a discutir siquiera de una consulta. Para Puigdemont, una vez se demuestre que la vía de Colau está cegada, los comunes quedarán atrapados en un discurso hueco y se evidenciará que la única salida es el referéndum unilateral.
Pero siempre hay más de un punto de vista para cualquier acontecimiento político. Y la reunión del viernes dio la imagen de que Puigdemont daba cierta marcha atrás, mientras que Oriol Junqueras insistía en que él no va a pedir permiso para convocar el referéndum. Además, la adhesión de Colau se consiguió a costa de asumir el discurso de la alcaldesa, quien subrayó que no todos en España mantenían el inmovilismo del PP y, sobre todo, que no cabía poner fechas a la meta del referéndum pactado. Colau es consciente de la envolvente de Puigdemont y sabe que ésta se estrechará en los próximos meses. La alcaldesa, que trabaja en la creación de un partido para las elecciones catalanas, mantiene una difícil ambigüedad sobre el proceso independentista que, por ahora, no le pasa factura.
La estrategia de Puigdemont es difícil de asimilar y su partido empieza a sufrir una situación desesperada. Un día el president pacta con la CUP para obtener su apoyo al presupuesto y seguir con la hoja de ruta independentista, otro aminora la velocidad del proceso y se olvida de la unilateralidad para atrapar a los comunes (aunque quien compite electoralmente con ellos es ERC), pero al día siguiente se enfada porque una dirigente de su partido, Mercè Conesa, presidenta la Diputació de Barcelona, expresa sus dudas sobre la viabilidad de un referéndum unilateral, y finalmente mantiene una feroz competición en pedigrí independentista con los republicanos. La última encuesta publicada, la de Gesop para El Periódico, dejaba a la antigua Convergència en quinto lugar, con entre 15 y 17 escaños, mientras que ERC se encaramaba casi a los 50. Lo sorprendente es el desconcierto de algún alto cargo de la ex CDC al ver el sondeo.