La Vanguardia

La mesa de Navidad

- Pilar Rahola

La Navidad es el mejor momento para volver a sentar en la mesa a la gente amada que hemos perdido

Un año en que hice uno de estos artículos en los que elogiaba las virtudes de la Navidad, un amigo me dijo: “No hablarías con tanta pasión de estas fechas si hubieras sufrido una ausencia”. Pensé que tenía razón, que el simbolismo de la Navidad podía conciliar las alegrías, tanto como hacer más hirientes las ausencias. Cuando perdí a mi padre, aquella frase adquirió un sentido completo, porque era cierto, de golpe nuestra Navidad tenía un deje de tristeza que agujereaba las ansias de felicidad y nos teñía de un profundo halo de nostalgia. Ciertament­e, cuando la muerte de seres queridos golpea a una familia, estas fechas pueden ser un territorio hostil.

Sin embargo, si me permiten, querría darle la vuelta al razonamien­to, con la previa de respetar –como es evidente– la manera que cada uno tiene de vivir el dolor de una ausencia. Tal vez es la propia experienci­a, y como propia, es intransfer­ible, pero creo que la Navidad es una excusa inversa, un gran momento para dar lugar y espacio y luz a los que han dejado. Hace falta tiempo, y es cierto que el tiempo no siempre juega a favor, pero si el dolor se ha apaciguado un poco, con el bálsamo que la vida otorga –a veces a pesar de nuestro–, entonces creo que la Navidad es justamente el mejor momento para volver a sentar en la mesa a la gente amada que hemos perdido. De otra manera, con un lenguaje vaporoso e intangible que va más allá de las razones y las palabras, unidos todos los presentes en una complicida­d de sentimient­os, memoria y vida compartida. El día que podemos volver a disfrutar de la Navidad con nuestros queridos ausentes, conseguimo­s vivirlos de otra manera, como si el círculo de la ausencia se cerrara y diera paso a la presencia calma. Con sinceridad, creo que la fuerza de la Navidad, con el raudal de vida familiar que otorga, es capaz de estos milagros que asientan las emociones heridas y nos permiten continuar el camino.

Alguien dijo que la Navidad es una gran conspiraci­ón del amor, y si así se percibe, seguro de que toda ausencia retorna, encuentra su lugar y nos acompaña. En homenaje a esta bella conspiraci­ón de amor, acabo el artículo con el poema Nadala de Martí i Pol.

“Hem bastit el pessebre en un angle / del menjador, sobre una taula vella, / el pessebre mateix de cada any / amb la mula i el bou i l’Infant i els tres Reis i l’estrella. / Hem obert innombrabl­es camins, / tots d’adreça a la cova, / amb correus de vells pelegrins / –tots nosaltres– atents / a l’auster caminar de la prova. / I en la nit del misteri hem cantat / les antigues cançons / de la mula i el bou i l’Infant i els tres Reis i l’estrella. / I oferíem la nit amb els ulls i les mans. / I cantàvem molt baix, amb vergonya potser de saber-nos germans / de l’infant i de tots en la nit de la gran meravella”.

Feliz Navidad a todos, a los que están y a los que siempre estarán, aunque se hayan marchado…

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