La extraña pareja
Tengo ante mí las notas para el artículo de hoy, día de Navidad, que tomé, se lo prometo, el viernes pasado. Había pensado llamarlo “Las cosas de Jose Mari” porque quería hablar de las relaciones entre Mariano Rajoy y José María Aznar y de cómo el primero había arrinconado al segundo. Como ya saben, la realidad ha superado mi reflexión. Esta semana, el expresidente ha lanzado una bomba para estropearle a su sucesor el momento de gloria como presidente circunstancial del Comité de Seguridad de la ONU. Cuando Mariano Rajoy se disponía a poner cara de estadista, el mundo sabía del portazo que Aznar daba al partido que refundó y llevo a la gloria renunciando a su presidencia de honor. Quizá era previsible después que la Fundación FAES, que Aznar construyó como cámara del tesoro ideológico del PP para seguir ejerciendo su tutela, se desvinculara totalmente del Partido Popular.
El anterior presidente de honor, Manuel Fraga, también acabó arrinconado en su feudo gallego precisamente por Aznar durante la doble legislatura que sacó a la derecha española la espina de los 25 años socialistas. Entonces se tiró mucho de “las cosas de don Manuel”, cada vez que Fraga disentía ruidosamente de las políticas oficiales. Pero el divorcio entre Aznar y el PP de Rajoy tiene bastantes diferencias. Sobre todo porque Manuel Fraga no quiso nunca marcar la dirección política, ideológica, económica y, casi diríamos filosófica, del partido que fundó como Alianza Popular. Se limitaba a dejar claro que, sencillamente, él lo hubiera hecho de otra forma.
No es, ni mucho menos, el caso de Aznar. Más bien recuerda esas empresas familiares donde el padre nombra al hijo director general para, a continuación, ir metiéndose continuamente en su gestión. Aznar, el hombre eternamente enojado, enemigo de su sombra si considera que no le sigue con suficiente deferencia, se jubiló demasiado joven, para ser coherente con una promesa hecha cuando la Moncloa quedaba muy lejos. Pero eso sólo le hubiera convertido en Felipe González, otro expresidente demasiado joven y con demasiadas ganas de ayudar. En el caso de Aznar, se añade un convencimiento tan profundo de la propia importancia y de la necesidad que tiene España en todo momento de su liderazgo y propuestas, que permitiría afirmar que no hay corral para tal gallo. Pero, por mucho crédito y respeto reverencial que te tengan los tuyos, el que tiene la sartén por el mango es otro. Y Aznar no ha notado cómo iba creciendo entre los populares el respeto por Rajoy, un líder que no ejerce como tal, pero que ha conseguido lo imposible: mantenerles en el poder en el peor momento de su historia. De hecho, casi consigue que olvidemos el batacazo que sufrió el partido este año.
Creo que Aznar ha cometido un error. Y que, aunque no le faltarán altavoces cada vez que quiera tocarle los bemoles a Rajoy, le empequeñece alejarse de la máquina del poder que es el PP y que, a pesar de todo, le cobijaba. Los actuales dirigentes populares ya no tendrán ahora que mirar incómodos al horizonte cada vez que Pepito Aznar Grillo les corrija o les regañe. No escucharemos que “son las cosas de Jose Mari”. Ahora podrán aplicar nítidamente la doctrina Bárcenas: “Este señor ya no es dirigente del partido”. Y empezará a escribirse la historia de José María Aznar, el increíble líder menguante.
Cuando Rajoy se disponía a poner cara de estadista, el mundo sabía del portazo de Aznar al partido que refundó