La Vanguardia

“En Donetsk la vida es un infierno”

- Sara Sans

“¿Se puede ir por la calle cuando oscurece?”, preguntó Svetlana Volkova cuando pisó por primera vez Tarragona, a mediados de agosto. Acababa de llegar de Donetsk, donde hace mucho tiempo que nadie sale de casa por la noche. La última Navidad en la que era la quinta ciudad más poblada de Ucrania y que desde abril del 2014 es un estado federal de Nueva Rusia fue una pesadilla. “Desde verano del 2014, las cosas están fatal”, susurra. Los bombardeos están a la orden del día. Disparos indiscrimi­nados. Robos. Violacione­s. Vandalismo. “El ejército ruso dio armas a todos los hombres, jóvenes y adultos, también a ex presos y criminales, para defender Donetsk de Ucrania, y aquello es insoportab­le, un infierno”. En verano del 2015, trabajando en una tienda, vio como en la de al lado, entró un hombre mientras profería gritos y amenazas. Llevaba una granada en la mano que acabó explotando. Una mujer se quedó sin piernas. “Entonces decidí que me marcharía”. Por aquellas fechas, su hijo, que ahora tiene 27 años, ya estaba en el ejército, “porque le obligaron, como a todos”, lamenta. Y ella, tras robos y amenazas, había tenido que cerrar la peluquería a la que había dedicado veinte años de su vida. Aquella última Navidad fue muy dura. La gente se reúne en la plaza, especialme­nte en Nochevieja, junto al gran árbol de Navidad. “El año pasado alguien tiró un petardo y cundió el pánico, estábamos todos tan asustados... He visto a tanta gente morir...”. Vendió la televisión, el teléfono, las joyas que tenía... Vendió todo menos sus tijeras y utensilios de peluquería. Y en verano consiguió salir del país en autocar. Una odisea. Pero llegó a Kíev. Pudo coger un avión a Barcelona. Luego, bajo la tutela de la Cruz Roja, empezó una nueva vida en Tarragona. “Es increíble cómo me ha ayudado la gente”, dice emocionada. A través de Facebook, también ha conocido a compatriot­as que llegaron aquí antes que ella. No pasará la Navidad sola. Svetlana ha preparado la ensalada mimosa –una especialid­ad ucraniana– para celebrarla con ellos. Le ha costado, pero ahora ya duerme por la noche. De día, acude a clases intensivas para aprender español, y espera poder volver a trabajar pronto como peluquera.

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VICENÇ LLURBA Svetlana, que llegó este verano, celebrará la Navidad con varios compatriot­as

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